2017 es el año que abrió nuevas ventanas al Universo
El astrónomo Carl Sagan dijo: “en algún sitio algo increíble está esperando a ser conocido”. Este año y gracias a las ondas gravitacionales, reconocidas con el Premio Nobel de Física, se ha podido conocer la existencia de las kilonovas, resultado del choque de dos estrellas de neutrones.
Como otras tantas cosas en ciencia, desde que se teoriza la existencia de un fenómeno hasta que se tienen pruebas pueden pasar décadas, o incluso un siglo entero, que es lo que sucedió con la detección de las ondas gravitacionales en 2015.
Aquel descubrimiento anunciado en marzo de 2016 significó para los expertos abrir una nueva venta para la astronomía, pues con las ondas el Universo finalmente se puede escuchar y no solo observar.
Una ventana por la que este año se empezaron a ver cosas hasta ahora desconocidas. La primera, la fusión de dos estrellas de neutrones, que generó una kilonova, cuya existencia se había formulado hace 30 años y de la que finalmente hay una observación confirmada.
La fusión de las dos estrellas de neutrones, registrada en agosto, fue además el primer evento cósmico observado tanto por su luz como por sus ondas gravitacionales.
Una fusión de estrellas de masa muy concentrada -una cucharadita de café de una de ellas pesaría mil millones de toneladas- que se produjo a 130 millones de años luz de la Tierra y que en su explosión liberó otras respuestas.
De hecho, lo primero que se detectó fue una ráfaga de rayos gamma, lo que proporciona evidencias de la relación entre ambos fenómenos y, no menos importante, se observó que la colisión liberó enormes cantidades de oro, platino y uranio.
La observación de una kilonova fue resultado del quinto episodio detectado de ondas gravitacionales, un descubrimiento que este año mereció el Nobel de Física y el Premio Princesa de Asturias, que se otorgaron a los estadounidenses Rainer Weiss, Barry Barish y Kip Thorne.
También con los ojos fijos en el espacio, este fue el año de la sonda Cassini, que puso fin a 20 años de travesía espacial convertida, tal y como estaba previsto, en un meteorito sobre el cielo de Saturno.
Cassini estuvo al pie del cañón hasta que se quedó sin combustible y, justo antes de desintegrarse, transmitió valiosos datos sobre la atmósfera del planeta.
Era el final de una brillante misión que comenzó en 1997 y que supero todas las espectativas, pues Cassini localizó numerosos satélites y, sobre todo, la posible habitabilidad de las lunas Encélado y Titán, que es un “mundo” muy parecido al nuestro, con mares, lagos, montañas, dunas y nubes.
Otra misión que este año batió un récord al cumplir 40 años fue el Proyecto Voyager de la NASA, dos sondas que tenían una misión de exploración de unos cuatro años y que cuatro décadas después siguen su viaje, que les ha llevado a adentrase mucho más allá del Universo conocido mientras siguen enviando datos a la Tierra.
Entre sus muchos hallazgos destacan la confirmación de que es posible utilizar la gravedad de la órbita de un planeta para impulsarse hasta el siguiente, el avistamiento de volcanes activos en Júpiter o el descubrimiento de seis nuevas lunas en Neptuno.
El sueño de encontrar vida en otro planeta sigue vivo con el continúo descubrimiento de nuevos sistemas solares. El que más espectación levantó este año fue TRAPPIST-1.
Formado por siete planetas, como el Sistema Solar, tres de ellos son rocosos y están en la zona habitable de su estrella, lo que posibilita la existencia de agua líquida.
No menos titulares acaparó hace unas semanas los últimos resultados del telescopio Kepler, que ha descubierto dos nuevos exoplanetas, uno de ellos en el sistema Kepler-90, con lo que suma ocho y le convierte en el más parecido al Sistema Solar.
Pero lo realmente importante no fue localizar nuevos exoplanetas, sino la forma de hacerlo, a través de la inteligencia artificial, toda una primicia, gracias a una colaboración con el gigante tecnológico Google.
Un año que terminó con el anuncio del presidente estadounidense, Donald Trump, de que volverán a enviar seres humanos a la Luna para establecer una base que facilite llevar una primera misión tripulada a Marte.
Un proyecto sin fecha precisa y que supone no pocos retos tanto humanos como tecnológicos, pero que para Trump supone “soñar a lo grande”, como asegura que su país está haciendo de nuevo.
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