04/08/2016 10:53 AM
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Reuters

Agricultura urbana, la apuesta de Venezuela para combatir la escasez

Lo que para muchos es un hobby, en Venezuela se ha convertido en una necesidad: movidos por la angustiante estrechez de alimentos en el país con las mayores reservas de crudo del planeta, cada vez más venezolanos están cultivando su comida en los balcones, patios y hasta techos de sus casas, edificios u oficinas.

Secundados por una iniciativa gubernamental que arrancó en febrero y que aporta conocimientos, semillas y, a veces, hasta terrenos, unos 135.000 venezolanos produjeron 273 toneladas de verduras, frutas y hierbas aromáticas en los últimos tres meses.

A pesar del esfuerzo, el plan del Gobierno ha sido insuficiente para paliar el hambre. Y, aunque esperan cerrar el año con 3.500 toneladas de vegetales, ello apenas cubriría las necesidades calóricas de 1.000 personas, según la recomendación de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

«Si en todas las comunidades tuvieran un cultivo, ayudaría a combatir el alto costo de la vida y la escasez de alimentos», dijo Luisana Galvis, una administradora jubilada de 69 años quien, junto a otras 15 personas, produce más de 30 verduras y hortalizas en una zona popular del oeste de Caracas.

Allí, dentro de las 16 hectáreas de un terreno estatal que alberga una escuela, una clínica y una fábrica de zapatos, Galvis y compañía cuidan laboriosamente pimentones, tomates y calabazas que venden a mitad del precio de supermercados.

«Estamos produciendo para el país, para la comunidad», dijo Galvis oteando los 2.700 metros cuadrados de canteros y cultivos protegidos que esperan extender.

ESCOLARES, PRESOS Y HASTA EL PRESIDENTE SIEMBRAN

El presidente Nicolás Maduro ha puesto sus esperanzas en que el programa de agricultura urbana y periurbana lo ayudará a superar la aguda escasez de alimentos que tiene a miles haciendo enormes colas afuera de supermercados y abastos en busca de bienes escasos.

«En la contingencia que estamos confrontando necesitamos sembrar, garantizar la soberanía alimentaria», dijo la semana pasada en un acto público en una zona pobre de Caracas.

Esa tarde, Maduro relató que hace unos días, junto a su esposa, cosechó unas calabazas en el patio de su casa con las que la primera dama le preparó una sopa que le supo «a cielo».

Minutos después, el mandatario socialista instruyó que los colegios permanecieran abiertos durante las vacaciones de agosto para insuflar a los alumnos en la agricultura.

Y no sólo se sembrará en escuelas. En decenas de cuarteles, cárceles y en urbanismos socialistas el Gobierno planea poner a producir al 10 por ciento de los 30 millones de venezolanos hacia 2019 para un total de 1,3 millones de toneladas de verduras y 75.000 toneladas de pollo y pescado.

Pero hay quienes piensan que la solución es repotenciar la agricultura tradicional, hoy devastada por la escasez de semillas y precios congelados ridículamente bajos.

«Teniendo unas tierras tan fértiles como las de Venezuela, es ilógico que hagas un gran plan de agricultura urbana», dijo Omar Sharam, uno de los dueños de la Casa Bistro, un restaurante que cultiva sus propios ingredientes. «Creo que van a fracasar».

En plena zona industrial de Caracas, Sharam, de 46 años, y su esposa soñaron e hicieron realidad un fértil paréntesis de vegetales y hierbas alejados de los lugares comunes: tomates amarillos, berenjenas blancas y ajíes fulgurantes se abren paso desde hace cinco años.

«(La agricultura urbana) es insuficiente con el número de metros cuadrados que puedas cultivar en ciudad», opinó Sharam.

El Gobierno, sin embargo, defiende el plan y sostiene que es capaz de «solventar las necesidades de la familia venezolana», como dijo recientemente Lorena Freitez, la ministra de Agricultura Urbana.

Un ejemplo alentador es Cuba, cercano aliado de Venezuela, que ha logrado un impresionante éxito con sus huertos organopónicos.

Durante el período especial, como se le conoce a la crisis económica que vivió Cuba tras la caída de la Unión Soviética, los habitantes de La Habana iniciaron la siembra de productos alimentarios en cuanto espacio encontraron disponible.

Inicialmente no lograron los resultados esperados, pero tras un fuerte apoyo gubernamental, la agricultura urbana pasó rápidamente de ser una respuesta espontánea a la inseguridad alimentaria a ser una prioridad nacional y hoy, según la FAO, La Habana es la ciudad «más verde» de Latinoamérica.

ÚNICOS IMPORTADORES DE COMIDA

En los primeros años del siglo XX Venezuela llegó a ser el mayor exportador de café del mundo, pero tras el descubrimiento de sus enormes reservas de petróleo, fue perdiendo ese sitial año tras año a medida que el crudo copaba la economía.

Otros productos como el arroz, la papa y el maíz corrieron la misma suerte y Venezuela se convirtió en el único país sudamericano netamente importador de comida.

Agricultores aseguran que el déficit comercial se agudizó durante el Gobierno anterior, cuando Hugo Chávez expropió enormes extensiones de terrenos. El resultado, dicen analistas, es que esa tierra quedó en manos de campesinos poco preparados.

Quizá buscando revertir esa tendencia, el Gobierno emitió una resolución que obliga a las empresas agroindustriales a «facilitar» a sus empleados para labores agroproductivas destinadas a «fortalecer la producción». La iniciativa ha sido fuertemente criticada por los gremios del sector.

Pero mientras eso llega, hasta los más acérrimos chavistas dudan del plan de agricultura urbana.

«Aquí hay 236 viviendas. No creo que demos para cubrir la necesidad alimenticia», dijo Militza Pérez, quien, antes de ir a su trabajo en el estatal Banco Agrícola y al regresar, sube a la platabanda de su edificio, en el centro de Caracas, a pasar revista a los pimentones, acelgas y otras hierbas que cultiva.

«No estamos sembrando para llenar el estómago, sino para alimentarnos mejor», agregó.

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