Análisis | El lago de los 'cisnes blancos' que desafían el orden mundial en 2020
En mi libro de 2010 Crisis Economics (Cómo salimos de esta) definí las crisis financieras no como los “cisnes negros” que Nassim Nicholas Taleb describía en su éxito de ventas del mismo nombre, sino como “cisnes blancos”. Según Taleb, los cisnes negros son sucesos que surgen de manera impredecible, como un tornado, en una distribución estadística con mayor dispersión que lo normal. Por mi parte, argumenté que al menos las crisis financieras son más como huracanes: el resultado predecible de la acumulación de vulnerabilidades económicas y financieras, sumado a errores de políticas.
Hay veces en que deberíamos esperar que el sistema alcance un punto de inflexión -el “Momento Minsky”- cuando el auge y la burbuja dan paso a una implosión y un estallido. Son acontecimientos que no son parte de “los desconocidos no conocidos”, sino más bien de los “desconocidos conocidos”.
Más allá de los riesgos de políticas y económicos usuales de los que la mayoría de los analistas financieros se preocupan, este año hay visibles en el horizonte una serie de cisnes blancos potencialmente sísmicos. Cualquiera de ellos podría gatillar graves perturbaciones económicas, financieras, políticas y geopolíticas, no vistas desde la crisis de 2008.
Para comenzar, Estados Unidos está enzarzado en una rivalidad estratégica creciente con al menos cuatro potencias revisionistas implícitamente alineadas: China, Rusia, Irán y Corea del Norte. Todas ellas tienen interés en desafiar el orden mundial liderado por los estadounidenses, y el 2020 podría representar un año crucial para ello, debido a las elecciones presidenciales en EE.UU. y el potencial cambio subsiguiente de las políticas globales estadounidenses.
Bajo el Presidente Donald Trump, Estados Unidos está intentando contener o incluso generar un cambio de régimen en estos cuatro países mediante sanciones económicas y otros medios. De manera similar, los cuatro revisionistas desean socavar el poder duro y blando de esta potencia en el exterior al desestabilizarla desde adentro mediante técnicas de guerra asimétrica. Si las elecciones estadounidenses terminan en rencores partidistas, caos, recuentos de votos en disputa y acusaciones de elecciones “arregladas”, tanto mejor para ellos. Si el sistema político estadounidense entrara en crisis, su poder en el exterior se debilitaría.
Más todavía, a algunos países les interesa particularmente sacar a Trump del poder. La aguda amenaza que su gobierno representa para el régimen iraní da a este todas las razones para escalar el conflicto en los próximos meses, incluso si eso significa una guerra abierta, apostando a que el alza subsiguiente en los precios del petróleo sería catastrófica para la bolsa de valores de EE.UU., gatillaría una recesión y acabaría con las perspectivas de reelección de Trump. Sí, la opinión general es que el asesinato selectivo de Qassem Suleimani ha disuadido a Irán, pero ese argumento malinterpreta los perversos incentivos del régimen. Sigue siendo probable una guerra entre Estados Unidos e Irán este año, y la calma actual es la que existe antes de la proverbial tempestad.
En cuento a las relaciones sino-estadounidenses, el reciente acuerdo de “fase uno” es un parche temporal. La guerra fría bilateral actual en temas de tecnología, datos, inversiones, divisas y finanzas está escalando rápidamente. La epidemia de COVID-19 ha reforzado la posición de quienes en los Estados Unidos argumentan por la contención y ha dado un impulso adicional a la tendencia más general de “desacoplamiento” entre China y Estados Unidos. En términos más inmediatos, es probable que la epidemia sea más grave que lo esperado y sus efectos disruptivos en la economía china se sentirán en las cadenas de suministro globales –como insumos farmacéuticos, de los que China es un proveedor crucial- y la confianza en los negocios, todos ellos factores que probablemente sean más serios de lo que sugiere la actual complacencia de los mercados financieros.
Aunque la guerra fría sino-estadounidense es, por definición, es un conflicto de baja intensidad, es probable una aguda escalada este año. Para algunos altos funcionarios chinos, no puede ser coincidencia que el país experimente al mismo tiempo un brote masivo de gripe porcina, una grave gripe aviar, una epidemia de coronavirus, disturbios políticos en Hong Kong, la reelección de un presidente pro-independentista en Taiwán y el aumento de las operaciones navales estadounidenses en los Mares del Este y Sur de China. Más allá de que China solo se tenga a sí misma como culpable de algunas de estas crisis, el ánimo en Beijing se está inclinando hacia las teorías conspirativas.
Pero en este punto una agresión abierta no es realmente una opción, considerando la asimetría del poder convencional. La respuesta inmediata de China a los esfuerzos de contención estadounidenses probablemente se exprese en la forma de tácticas de ciberguerra. Hay varios objetivos evidentes. Los ciberpiratas chinos (y sus contrapartes rusos, norcoreanos e iraníes) podrían interferir en las elecciones estadounidenses inundando a los votantes con información errónea y noticias falsas. Puesto que el electorado estadounidense ya está tan polarizado, no es difícil imaginar que partisanos armados se tomen las calles para cuestionar los resultados, generando hechos graves de violencia y caos.
Las potencias revisionistas también podrían atacar los sistemas financieros estadounidenses y occidentales, como la plataforma SWIFT (Society for Worldwide Interbank Financial Telecommunication). Ya la Presidente del Banco Central Europeo Christine Lagarde ha advertido que un ataque cibernético sobre los mercados financieros europeos costaría $645 mil millones. Y funcionarios de seguridad han expresado inquietudes similares acerca de Estados Unidos, donde una red de infraestructura de telecomunicaciones incluso más amplia es potencialmente vulnerable.
Para el año próximo, el conflicto entre ambas potencias podría haber escalado desde una guerra fría hasta una casi caliente. Un régimen y una economía chinas afectados seriamente por la crisis del COVID-19 y con disturbios masivos necesitará un chivo expiatorio externo, y es probable que dirija la vista hacia Taiwán, Hong Kong, Vietnam y las posiciones navales estadounidenses en los Mares del Este y el Sur de China; la confrontación podría llegar a accidentes militares en aumento. También podría adoptar la “opción nuclear” financiera de volcar sus reservas de bonos del Tesoro Estadounidense si se intensifica el conflicto.
Lea el artículo completo del economista norteamericano Nouriel Roubini aquí
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