Apagando el piloto automático
Hace unos días decidí ensayar algo que ha resultado ser más retador de lo que esperaba: conducir mi auto con amabilidad por las calles de Miami. Y no es que me tenga a mí mismo por un chofer agresivo, pero quizás por haber aprendido a manejar en Caracas, donde la anarquía marcha sobre ruedas, o porque aquí en Miami te cruzas con gente de todas partes del mundo, y cada quien tiene sus mañas detrás del volante, el hecho es que desde que comencé a prestarle atención a mis hábitos al conducir, he descubierto que en muchas ocasiones no soy precisamente el piloto más gentil.
Por ejemplo, me he capturado cortándole el paso a un peatón en la esquina o acelerando en mi carril sin considerar que un coche a mi lado tiene encendida la luz de cruce. En alguna ocasión, he terminado atravesado en la intersección por no querer esperar al próximo cambio del semáforo y también me he saltado mi turno ante la señal de alto. A veces por descuido, otras porque se me ha hecho ya costumbre, lo cierto es que de pronto me doy cuenta de lo que recién he hecho y me digo: “¡Ups, esa no fue la manera más correcta y amable de maniobrar!”.
Con este ejercicio no es que pretenda ser San Conductor de la Vía Bendita ni mucho menos (el rol de santurrón me parece aburrido y sospechoso), sino que simplemente estoy procurando estar más presente al volante. Me explico: conducir un auto es algo que solemos hacer de forma automática y sin pensarlo demasiado, por más que tengamos los ojos en el camino (y mejor que sea así, en lugar de tenerlos en la pantalla del smartphone). Una vez que nos habituamos a manejar e internalizamos las leyes de tránsito (incluyendo las normas no escritas, pero que incluyen el estilo de la ciudad), operamos el coche con parcial atención al entorno y nuestra manera de conducir. Si manejas, sabes a lo que me refiero: sales de casa, llegas al trabajo, y tu mente no ha estado 100% atenta al acto de manejar. En el camino de seguro has reaccionado en numerosas oportunidades al flujo del tráfico, pero no necesariamente has estado plenamente consciente de lo que has hecho.
Es aquí donde este ejercicio me está resultando útil: al subirme al carro con la intención de inyectarle una dosis de amabilidad al acto de manejar, estoy haciendo un esfuerzo consciente de percibir, en el momento presente, la secuencia de decisiones, respuestas y hábitos con los que avanzo por el camino. Así logro conducir, y a la vez, darme cuenta de la manera como estoy conduciendo. La práctica requiere que en lugar de rodar por las calles mientras mi mente divaga, planea, recuerda o tararea canciones en automático, yo hago el esfuerzo consciente de prestarle atención al flujo de autos, peatones, cruces y árboles. Lo que procuro es estar realmente allí, en el asiento, detrás del volante desde que enciendo el auto hasta que llego a mi destino.
¿Suena aburrido o sencillo? Te invito a que hagas la prueba.
Estar presente al conducir, o manejar en modo mindful, me ha dado la oportunidad de aprovechar esos instantes cuando puedo soltar una dosis de amabilidad en la vía. Por ejemplo, cederle el paso a un peatón y de paso sonreírle, dejar que un conductor perdido pueda cambiar de carril a última hora y evitarse perder la salida en la autopista, evitar un frenazo abrupto por querer colarme con la luz amarilla y una lista de etcéteras que incluyen la amabilidad conmigo mismo al estresarme menos y cultivar la paciencia. En fin, ya que vivo en la ciudad y manejar es una necesidad, al menos procuro hacer del trayecto un tiempo para no enfadarme.
¿Y qué hacer con los conductores agresivos, groseros y desconsiderados que encontramos en el camino? Estarán allí, inevitablemente, así que nos tocará lidiar con ellos, a veces dejándoles pasar, otras veces, llamándoles la atención por su infracción o por traspasar los límites de la convivencia. Esta práctica detrás del volante no se trata de convertirse en un chofer apático, indolente o pusilánime. El objetivo, simplemente, es estar presente y observar qué tan amables, respetuosos y conscientes somos al manejar. Puede que suene iluso, pero si queremos que la gente conduzca mejor… ¿qué tal comenzar dándonos cuenta de cómo conducimos nosotros mismos?
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