BBC: El día que le acaricié la barba a Fidel y dejé de creer en él
Sentimientos encontrados. Eso es lo que siento al escribir un obituario para quien un soleado 2 de diciembre, mientras se conmemoraba en La Habana el noveno aniversario del desembarco del Yate Granma, desde su habitual tribuna en la Plaza de la Revolución, anunció mi nacimiento.
Fidel puede dividirse en dos; el interno -es decir, el que compete únicamente a Cuba y a los cubanos-, y el externo, el mundial; pero yo prefiero hablar de mi Fidel personal.
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Como todos los niños, yo también quería ir al parque a jugar béisbol con mi papá.
Pero eso nunca fue posible y cada vez que preguntaba, me tenía que conformar con la misma respuesta: «Deberías estar orgulloso porque Almeida, junto al Comandante en Jefe, andan ocupados cumpliendo tareas de la patria».
Era obvio, al menos para mí, que yo no formaba parte de esa patria emproblemada y, por simple lógica infantil, comencé a sentir una suerte de admiración y rivalidad hacia Fidel y lo que simbolizaba.
Sin embargo, por más que intento explorar en mis recuerdos de infancia, no consigo encontrar el momento en que apareció en mi vida.
Lo que sí recuerdo bien fue mi decepción ante la primera mentira que recibí de aquel hombre, a quien mis mayores llegaron a comparar con Dios, vestido de verde olivo.
Promesa
Corría el inicio de un verano y regresaba yo del colegio.
Desde la esquina lo vi. Estaba mi padre en la calle, recostado a la ventanilla de un GAZ-69 verde aparcado, o mejor dicho atravesado, justo frente a la entrada del garaje de mi casa.
Al verme sonrió, corrí hacia él y lo besé con pasión, impregnando mi abrazo con su inseparable aroma, Imperial de Guerlain.
Entonces reparé que dentro de aquel auto soviético estaba sentado Fidel, el causante de todas mis cuitas infantiles.
Le pedí acariciarle su barba y no solamente accedió, también me prometió con una media sonrisa que en cuanto yo terminara de hacer las tareas de la escuela, me daría un paseo en su auto.
Sería injusto no decir que pasear con Fidel era, en aquel momento, el mayor regalo para cualquier pionero cubano, y era mi oportunidad de perdonar a mi rival.
Pero para cuando con velocidad ultrasónica resolví mis quehaceres escolares, Fidel Castro había huido y por más que mis padres intentaron explicarme, ese día dejé de creer que Fidel era el héroe honesto, valiente, decidido, que amaba a los niños.
«Voy a ser breve»
Casi puedo entender la variedad de sentimientos encontrados que genera la muerte de este hombre que simbolizó el poder.
Muchos lo aman, tal vez más lo detestan, porque Fidel Castro ha sido controversia, devoción, división, vanidad, insolencia, desunión, vicio, pecado, crueldad, creencia, cordura, bondad, arrebato, religión, ateísmo, necedad, injusticia e infamia.
Fue un hombre que en vida juzgó sin temblarle el pulso y justo hoy comparecerá ante el juicio de la historia, porque la muerte nos iguala a todos, incluso a los más diferentes.
No tengo espíritu funerario y no creo que el fallecimiento de este hombre pueda solucionar y borrar de un plumazo los problemas que como nación nos aquejan.
Ojalá.
De ser así, hoy también estaríamos dando sagrada sepultura a muchísimos cubanos que perdieron su vida en el mar, camino a la libertad.
Murió aferrado al poder de su verdad; a todos nos embaucó con su repetida frase «Voy a ser breve».
La longevidad, ese extraño sinsentido fue el peor de sus errores, porque como decía mi abuela «No existe nada de épico, y sí mucho de prudencia, en la muerte natural».
La legendaria barba
A partir de hoy saldrán a la luz barbaridades cometidas por este castrador de sueños, como la insólita aventura de un Fidel que se empeñó en dragar la ciénaga de Zapata para cultivar arroz.
También se hablará de la claridad sus aciertos. No olvidemos que Fidel trabajó toda su vida esculpiendo su imagen para clavarla en la historia.
Y seremos testigos de sus excesos, errores y secretos, es lo que toca, y enjuiciar ya no da lugar.
Estamos justo parados sobre la línea de meta. Comienza la era postCastro y debemos curar las heridas, poner fin a la tristeza, y a todo aquello que como país nos divide.
Muy cierto, Fidel Castro fue un estadista que hizo de la división ideológica su plataforma y su fortaleza, pero yo sólo recordaré sus dientes amarillentos y su legendaria barba como un montón de vellos duros con peste a tabaco.
*Juan Almeida es un escritor y disidente cubano que vive en Miami. Estuvo preso en Cuba por oponerse al gobierno. Es hijo del Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque, compañero de Fidel y Raúl Castro en la Sierra Maestra y expedicionario del Yate Granma.
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