BBC Mundo / Daniel Pardo
Cómo lo cotidiano se convirtió en un lujo en Venezuela
En un andén de las desenfrenadas calles comerciales de Petare, Jefferson Manzano acaba de comprar 100 gramos de café molido.
Empacado y sellado con esmero, el paquete de café es tan grande como una caja de chicles.
A su vez Manzano compra 50 gramos de leche en polvo y 20 de azúcar.
Los tres paqueticos le caben en el bolsillo del pantalón.
«Es para el café del domingo», dice, como quien guarda sus mejores reservas para el desayuno de aquel día libre de la semana.
A medida que la escasez en Venezuela se exacerbó, lo que antes era rutina ahora se ha vuelto un lujo.
La Encuesta de Condiciones de Vida, realizada por tres universidades venezolanas, reportó en 2015 que al 87% de la población no le alcanzaba el ingreso para comprar lo básico.
Y este año la escasez -que se añade a una inflación desbordada y una recesión histórica- no ha hecho sino profundizarse.
Con eso, los tiempos en que hasta los más pobres comían carnes, quesos y chocolates -cuando Venezuela lideraba los índices de consumo en la región- pasaron al baúl de los recuerdos.
En el mercado
Pocas personas en Venezuela añoran y conocen tanto esas épocas de abundancia como los vendedores del mercado popular de Quinta Crespo, en el centro de Caracas.
Allí la mayoría de puestos están administrados desde hace décadas por la misma persona, o familia; muchos inmigrantes españoles o portugueses encontraron acá refugio y, sobre todo, oportunidades.
Astrid*, una portuguesa, dice que en los 50 años que lleva vendiendo hortalizas en Quinta Crespo «nunca había visto que la gente no comprara por kilo».
«Antes no le paraban: compraban de a dos y tres kilos por producto, pero ahora es que una cebolla acá, dos tomates allá, tres zanahorias y ya», afirma.
La frase la repite el de los plátanos, que ahora le compran por unidad; y el de los frutos secos, que descontinuó la versión mezclada; y el de los huevos, que vende por unidad, cuando hace seis meses lo hacía por cartón.
Los charcuteros dicen tener un dato revelador: ya no están vendiendo el pollo entero.
Por dos razones: la gente considera más rentable comprarlo por partes y el precio del pollo entero es fijado por el Estado, en uno de los controles que según señalan economistas generan la escasez.
Venderlo así, pues, permite saltarse las regulaciones que afectan la rentabilidad.
Pero en estos puestos hay otra práctica nueva: las patas y el carapacho del pollo, que antes botaban a la basura para el goce de perros y gatos, se están comprando más que muslos y pechugas.
«Como me resulta muy costoso comprar pollo, al menos con las paticas hago una sopa que me sirve de reemplazo», dice Johana Romel, cliente regular de Quinta Crespo.
Con el pescado pasa lo mismo: el mero, el pargo y el salmón se venden poco o nada y en su remplazo han surgido la sardina, el roncador o el coro coro, considerados de menor nivel.
Incluso el señor que vende botellas de vidrio usadas dice que el sacrificio de lo imprescindible le ha afectado, «porque la gente ya no tiene plata para hacer la salsa de ají dulce o el ponche de crema», productos que antes eran obligatorios en toda mesa venezolana.
En las casas
El racionamiento autoimpuesto no solo está en la compra, sino también en el consumo.
«Nunca podré olvidar el día, en febrero, en que una joven ama de casa en un barrio del sur de la ciudad de Valencia lloró delante mío cuando una de sus comadres nos dio café con leche, porque se trataba de una ocasión especial: el día que vino un periodista», relata el periodista Daniel Pardo de BBC Mundo.
«Entiéndame, es que pasamos mucha roncha para conseguir la leche y cuando la bebes después de meses es como un milagro», le dijo al periodista, mientras las demás asentían.
Según Encovi 2015, 12% de los venezolanos está comiendo dos o menos veces al día.
En las casas he visto que la olla de las tradicionales caraotas, que antes se acababa en el almuerzo, ahora dura hasta la cena y el desayuno del día siguiente.
El jabón para lavar los platos se rinde con agua, el suavizante es exclusivo de prendas delicadas y el champú dejó de ser cuestión de todos los días.
Las actividades que antes eran consideradas básicas para cualquiera, como salir de vacaciones o ir de compras al centro comercial, ahora solo están al alcance de unos pocos.
De cierta manera podría decirse que Venezuela se volvió un país normal, o promedio en América Latina, porque hoy muchos de los restaurantes solo son para los ricos.
En el mercado negro
En la esquina siguiente del puesto de venta de café «al detal» en Petare, decenas de hombres y mujeres promocionan a susurros la versión tradicional, o industrial, de estos productos; esa por la que millones hacen cola un promedio de 35 horas al mes, según Datanálisis.
Son los famosos «bachaqueros», que revenden los productos básicos a 15 o 20 veces el precio regulado.
En días recientes, casi 200.000 personas pasaron de Venezuela a Colombia para comprar por el equivalente de uno o dos salarios mínimos semanales estos productos que acá no se consiguen.
Ha llegado el punto en que da lo mismo comprar en Colombia o comprarles a los bachaqueros.
Y por eso Aristides*, el dueño del puesto de café por raciones, dice que le funciona su negocio, «porque la gente ya no tiene para comprarles a los bachaqueros y el regulado no se encuentra».
«Entonces, lo que yo hago es comprarles a los bachaqueros, dividirlo en pequeñas raciones y luego venderlo», cuenta.
Lo suyo es una reventa de la reventa. Una solución temporal, un lujo de domingo, a una crisis que se agrava todos los días.
*Estos nombres fueron cambiados por petición de la fuente.
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