Crónicas de marchas en Venezuela: Protestas, represión y robos
Hace unos días salí a marchar y preparé mi bolso con los esenciales de estos días de lucha: pañuelo, antiácido, agua con bicarbonato, agua mineral, protector solar, efectivo, cédula y mi celular. Evitando que ocurriera un desastre con todo el contenido líquido que iba a transportar, como única arma de defensa ante la acostumbrada y excesiva represión, decidí poner mi celular en el bolsillo de adelante.
En mi “inocencia” pensé que ese sería el lugar más ideal para mi teléfono, que por cierto había comprado hace menos de un año porque ya había sido víctima del hampa dentro de una popular cadena de supermercados.
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Ese día no saqué mi celular para revisar Twitter ni para hacer fotos o videos para las redes sociales. No lo toqué. Confiaba que seguía resguardado en aquel bolsillo de mi morral. La concentración desbordaba la Avenida Francisco de Miranda y me pareció pertinente asegurar que todas mis pertenencias estuvieran en su sitio después de atravesar una mullida, sudorosa y comprimida marea humana en busca de algo de aire.
Al introducir la mano en el bolsillo externo y no encontrar nada, el frío del pánico se esparció por mi pecho. Incrédula examiné minuciosamente cada rincón de mi bolso en busca de esperanza. Las lágrimas, que esta vez no fueron provocadas por gases, no tardaron en inundar mi mirada. Para completar la experiencia ese día fuimos salvaje e injustamente reprimidos de regreso al estacionamiento en donde habíamos dejado el carro.
Que te roben el celular es terrible, pero que te lo roben en una marcha en donde entiendes que estás acompañado por personas con una misma lucha, que incluye entre sus exigencias la culminación de la violencia, la inseguridad y el hampa, es como el chiste de “los colmos”. Que te roben el celular en esta época de incertidumbre e informaciones que solo se comparten a través de la telefonía, es una pesadilla.
Llego a casa con la intención de expresar mi furia a través de mi cuenta de Facebook, que parece ser el buzón de quejas más efectivo para nosotros los venezolanos, y me sorprendo al darme cuenta de que no he sido la única víctima.
-“A mi me robaron en la del 19…. son una plaga”.
-“Hoy saliendo a luchar por la libertad de mi país, dos motorizados me robaron mi herramienta de trabajo, mi celular. Por ahora estaré por acá. Lo que nadie podrá robarme nunca es seguir luchando por ver a mi país libre. ¡Te amo Venezuela!”
-“Meche a Claudia le robaron el celular hoy también. ¡Qué bolas chama!”
Estos no son casos aislados, en el famoso “plantón” el mensaje más relevante que cerraba la tarde era el que se escuchaba desde la tarima en la voz de Juan Requesens: “Hemos recuperado los 10 celulares que intentaron robar hoy, los dueños pueden subir a la tarima para buscarlos”.
El día que me robaron, mi hermana, quien estaba en otro punto de la concentración, me contó que casi presencia el linchamiento de un presunto ladrón de celulares que entre movimientos escurridizos logró salirse con la suya. El miércoles mientras varios manifestantes buscamos resguardarnos de los gases en el C.C.C.T., una adolescente le contaba a su grupo de amigas que también había sido robada: “Me quitaron el celular”.
Perder el teléfono a manos de carteristas sin duda parece ser menos relevante que perder la vida a manos de otro tipo de malandros disfrazados de uniforme. Sin embargo la denuncia no deja de ser válida. ¿Qué mente miserable, ruin y macabra pretende llenar sus bolsillos en este ambiente de protesta? Los contrastes en este país de las maravillas nunca dejan de sorprender, mientras unos buscan un país mejor, otros son el claro ejemplo de que salir de la dictadura es solo un pequeño paso en el camino largo que nos llevará hacia el cambio.
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