«¡A retirarse a sus casas!», ordenan con megáfonos militares y policías en Petare, el más populoso barrio de Venezuela, haciendo valer una cuarentena ante la propagación del nuevo coronavirus que personas como Gladys rompen para «guerrear» contra el hambre.
Cansada de huirle a las fuerzas de seguridad, Gladys Rangel se quita su tapabocas casero y descansa sentada en un recodo, sin encontrar a quién venderle sus bolsitas de ajíes y limones por 5 centavos de dólar.
«Si no me muero del virus, me muero de hambre», dice a la AFP esta delgada mujer de 57 años.
Gladys es uno de los 400.000 habitantes de esta barriada del este caraqueño, un sinfín de viviendas de bloques y techos de zinc levantadas desordenadamente sobre montañas desde mediados de siglo pasado, donde los servicios de agua, gas doméstico y recolección de basura son precarios.
Los 50 centavos que ganó alcanzaron para un poco de mortadela y algunos plátanos. «Con eso como (…) hasta mañana que tengo que bajar a trabajar. Y así es la rutina de todos los días», lamenta.
Desciende por angostas escalinatas para «guerrear» en calles colmadas de buhoneros y multitudes de peatones desde la mañana hasta la noche. Pero ahora, en tiempos de pandemia, esa efervescencia se limita a cuatro horas por jornada.
Por exigencia de uniformados desplegados por montones en Petare con equipos antimotines, las santamarías deben bajarse a las 10 de la mañana y la gente es desalojada de espacios públicos.
«¿No tenemos derecho a comprar comida, entonces?», se queja bajándose su tapaboca una joven que abandonaba una larga fila para comprar carne.
Los petareños regresan así cerro arriba, alrededor del casco colonial que sobrevive en la zona.
«Por donde tú lo veas, estamos jodidos, porque aquí si tú no trabajas no comes», reclama Gladys.
– «Cayó de sorpresa» –
La pandemia encontró a Venezuela con una economía reducida a menos de la mitad en seis años de recesión, precios disparados por la hiperinflación y una depreciada moneda local.
Entre las medidas para contener el coronavirus en un país con 181 casos confirmados y nueve fallecidos, el gobierno de Nicolás Maduro suspendió actividades laborales, salvo sectores esenciales como alimentación o salud.
La «cuarentena colectiva» aplicada desde el 16 de marzo en Caracas, cuenta Nora de Santana, «cayó de sorpresa». «No nos imaginábamos que esto venía así tan fuerte», confiesa esta manicurista de 54 años, sin clientes por el aislamiento.
César Herrera, que gana poco más de 5 dólares al mes como vigilante en una residencia privada, sale a diario al alba, como miles de habitantes de Petare y otras zonas populares.
Con dos hijos pequeños, se rehúsa a encerrarse. «No me puedo quedar comiéndome la poquita comida que tengo en la casa. Tengo que producir», se justifica el vigilante de 36 años.
Temprano, los negocios abiertos en Petare se llenan con personas que cubren sus rostros con mascarillas de todo tipo, incluso con trapos.
«Mantengan distancia, ‘bróder'», pide un agente a compradores que se agolpan frente al kiosko de Jhony Solano, de 49 años, que ofrece desde latas de sardinas hasta rollos de papel higiénico.
Más tarde una sirena policial anuncia el fin de la jornada y Jhony se apura en vender unos últimos tomates.
«No estamos trabajando para hacernos ricos ni millonarios, sino para llevar el sustento de todos los días a la casa», expresa.
– Seguro, pero «preso» –
«El cambio es radical», dice Cristian Torne, de 28 años.
Este organizador de eventos recorre con tranquilidad desiertas vías que rodean el barrio, donde el crimen y el narcotráfico golpean fuerte. «No hay delincuencia (durante la cuarentena), por lo menos», se consuela.
Venezuela, según el independiente Observatorio Venezolano de Violencia (OVV), registró unas 60,3 muertes violentas por cada 100.000 habitantes en 2019, 10 veces la media mundial; aunque el gobierno reportó 21 homicidios por cada 100.000.
Un año antes, el OVV estimó una tasa de 112 por cada 100.000 habitantes en Petare.
Pero Cristian se siente «preso» en casa. Policías y militares prohíben el libre tránsito, piden salvoconductos a conductores y corren a los buhoneros de Petare, corazón del mercado negro de alimentos en Caracas.
«No sé qué es peor. Ya no hay delincuencia, pero tenemos el coronavirus. No hay buhoneros, pero no hay comida para comprar», enumera agotado.