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03/09/2016 10:49 AM
| Por

Luis Brusco Ortega*

La banca debe permanecer fuerte en momentos de marcadas crisis económicas

La experiencia latinoamericana revela que la permanencia de los bancos y otras instituciones financieras en los distintos mercados depende, en parte, de la fortaleza que tengan esas instituciones en momentos de marcadas crisis económicas que afecten a los respectivos países sedes.

Los casos de Chile entre 1981 y 1983, Argentina en 1982 y México, cuando se manifestó el conocido “efecto tequila” en 1995, son hechos que confirman la apreciación anterior. También Venezuela comprobó esa relación a comienzos del año 1994 a causa del lamentable fracaso del programa de estabilización macroeconómico puesto en marcha cuatro años atrás.

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La derivada crisis bancaria venezolana de ese año ha sido considerada como la mayor del subcontinente en la segunda parte del siglo XX, luego de la chilena, y se tradujo, por una parte,  en una pérdida de 8 mil millones de dólares, equivalentes al 14% del PIB de aquel año, y por la otra, en la desaparición de 59 unidades bancarias y otras instituciones (bancos comerciales, de inversión, hipotecarios, arrendadoras y varios fondos), al pasar de 168 a 109 entidades financieras entre 1994 y 1995.

En general, en América Latina existen dos características comunes que explican en buena medida la generación de crisis bancarias y los peligros de permanencia en el mercado de las empresas financieras en tiempos de problemas macroeconómicos agudos. En primer lugar, los activos y pasivos de la mayoría de los componentes de la estructura financiera de los distintos países son de corto plazo y los flujos de entradas y salidas de fondos son de alta movilidad. En segundo lugar, las políticas económicas de la mayoría de las naciones de la región son muy cambiantes y crean mucha incertidumbre en el largo plazo, lo que induce a inversiones de ganancias rápidas en el área financiera. En consecuencia, por estas dos razones es comprensible que durante las crisis bancarias en América hispana, incluso en etapas previas a las crisis, la primera manifestación de la misma es una fuga generalizada y masiva de depósitos, que viene a acentuar los problemas de liquidez y solvencia de los intermediarios, que los obligaría según la gravedad de cada caso en particular a salir del mercado.

Ahora bien, existen varias condiciones que podrían minimizar las pérdidas de los bancos ante el riesgo de su capacidad operativa. En primer término, todo propietario de banco debe tener suficientemente claro que cuando entra al mercado toma permanentemente decisiones de riesgo, y en caso de fracasar en esas decisiones pierden su capital y el de terceros. Así mismo, deben tener en cuenta que apenas broten indicios de desestabilización financiera en la economía, la gerencia bancaria debe responder con medidas acertadas y oportunas para evitar las incidencias negativas externas que en buena parte son mayores a las incidencias de carácter interno. A este respecto, es importante destacar que después de la crisis del año 1994 la conducción de la banca venezolana asimiló la experiencia y mejoró sensiblemente.

En segundo término, es conveniente tener presente que los flujos de capitales producto de una crisis bancaria son más peligrosos si en el sistema financiero no se cuenta con bancos suficientemente fuertes que permitan canalizarlos internamente. En este sentido surge la importancia de una adecuada supervisión y fiscalización de las instituciones rectoras del sistema sobre los bancos que promuevan y faciliten una aceptable capitalización de los mismos y al mismo tiempo incentiven la competitividad en el sector.

Finalmente, siempre hay una responsabilidad última de la máxima autoridad monetaria y financiera del país en lo que respecta a no dejar profundizar las variables que alertan momentos de crisis del sistema, debido a la conexión que existe entre el sector financiero y el sector real de la economía. De allí que dejar que se genere una crisis en el sistema financiero es también profundizar la caída de la producción y el empleo.

*Economista, profesor de la UCV y Jefe de estudios de Aristimuño Herrera & Asociados

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