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27/07/2019 02:04 PM
| Por Mohamed A. El-Erian

¿Están los bancos centrales perdiendo su gran apuesta?

¿Están los bancos centrales perdiendo su gran apuesta?

Los últimos años, los bancos centrales hicieron una gran apuesta con sus políticas. Apostaron a que el uso prolongado de medidas heterodoxas y experimentales fuera un puente eficaz en la transición a otras medidas más integrales capaces de generar un alto crecimiento inclusivo y minimizar el riesgo de inestabilidad financiera. Pero luego tuvieron que redoblar la apuesta una y otra vez, y en el proceso se dieron cuenta de que su credibilidad, eficacia y autonomía política estaban cada vez más en riesgo. Irónicamente, puede que ahora obtengan una respuesta de otras entidades de formulación de políticas, que en vez de ayudarlos a normalizar sus operaciones, les dificulte en gran medida el cumplimiento de su tarea.

Comencemos con la Reserva Federal de los Estados Unidos, el banco central más poderoso del mundo, cuyas acciones tienen una fuerte influencia sobre los otros bancos centrales. Tras estabilizar después de 2008 un sistema financiero disfuncional que había amenazado con empujar al mundo a una depresión de varios años, la Fed confiaba en poder empezar a normalizar sus políticas a más tardar a mediados de 2010. Pero la creciente polarización del Congreso estadounidense, ejemplificada por el ascenso del Tea Party, impidió el necesario relevo a la política fiscal y a las reformas estructurales.

De modo que la Fed se volcó al uso de medidas experimentales para darle tiempo a la economía estadounidense, a la espera de que apareciera un clima político más constructivo para la implementación de políticas procrecimiento. Los tipos de interés llegaron a cero, y la Fed amplió su participación extracomercial en los mercados financieros, con la compra de una cantidad inédita de bonos a través de sus programas de flexibilización cuantitativa (FC).

En opinión de la mayoría de los banqueros centrales, este giro en materia de políticas no fue producto de elección sino de necesidad. Y estuvo lejos de ser perfecto.

La Fed sabía que no estaba en su poder promover una genuina recuperación económica directamente por medio de la política fiscal, reducir los impedimentos estructurales al crecimiento inclusivo o mejorar directamente la productividad. Todo esto era exclusividad de otras instituciones, que al no contar con la autonomía política de la Fed, quedaron impedidas de actuar por la incapacidad de un Congreso profundamente dividido para aprobar esas medidas expansivas. (Esos desacuerdos luego llevaron a tres cierres de la administración estadounidense.)

Ante esta realidad desafortunada, la Fed trató de apoyar el crecimiento por medios indirectos y experimentales. Mediante la inyección de liquidez por varias vías, subió los precios de los activos financieros muy por encima de lo que justificaban los fundamentos económicos. Con esto esperaba generar en algunos sectores de la población (los poseedores de activos) una sensación de riqueza que alentara el consumo y la inversión de las empresas.

Comencemos con la Reserva Federal de los Estados Unidos, el banco central más poderoso del mundo, cuyas acciones tienen una fuerte influencia sobre los otros bancos centrales. Tras estabilizar después de 2008 un sistema financiero disfuncional que había amenazado con empujar al mundo a una depresión de varios años, la Fed confiaba en poder empezar a normalizar sus políticas a más tardar a mediados de 2010. Pero la creciente polarización del Congreso estadounidense, ejemplificada por el ascenso del Tea Party, impidió el necesario relevo a la política fiscal y a las reformas estructurales.

De modo que la Fed se volcó al uso de medidas experimentales para darle tiempo a la economía estadounidense, a la espera de que apareciera un clima político más constructivo para la implementación de políticas procrecimiento. Los tipos de interés llegaron a cero, y la Fed amplió su participación extracomercial en los mercados financieros, con la compra de una cantidad inédita de bonos a través de sus programas de flexibilización cuantitativa (FC).

En opinión de la mayoría de los banqueros centrales, este giro en materia de políticas no fue producto de elección sino de necesidad. Y estuvo lejos de ser perfecto.

La Fed sabía que no estaba en su poder promover una genuina recuperación económica directamente por medio de la política fiscal, reducir los impedimentos estructurales al crecimiento inclusivo o mejorar directamente la productividad. Todo esto era exclusividad de otras instituciones, que al no contar con la autonomía política de la Fed, quedaron impedidas de actuar por la incapacidad de un Congreso profundamente dividido para aprobar esas medidas expansivas. (Esos desacuerdos luego llevaron a tres cierres de la administración estadounidense.)

Ante esta realidad desafortunada, la Fed trató de apoyar el crecimiento por medios indirectos y experimentales. Mediante la inyección de liquidez por varias vías, subió los precios de los activos financieros muy por encima de lo que justificaban los fundamentos económicos. Con esto esperaba generar en algunos sectores de la población (los poseedores de activos) una sensación de riqueza que alentara el consumo y la inversión de las empresas.

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