Estos son los hitos del espectáculo que marcaron tendencia en la última década
A continuación, se intenta resumir los principales hitos en cine, música y televisión que marcaron tendencia en los últimos diez años, desde la revolución del streaming y la era dorada de las series hasta una nueva generación de mujeres cantantes que trascendieron el escenario para convertirse en magnates todoterreno:
– Generación streaming –
La explosión de los servicios de streaming convirtieron a esta forma de consumir contenidos online en la nueva norma. Con este sistema de distribución, todo está disponible todo el tiempo.
Si comprar un CD es de los noventa, descargar archivos de música es muy de la década pasada.
Para los integrantes de la llamada Generación Z, el grupo demográfico que sucede a los Millennials, YouTube es donde se descubren las novedades.
A comienzos de 2010, Spotify, la aplicación de transmisión de música, tenía menos de un millón de suscriptores, Netflix solo un poco más de 12 millones. Los servicios de streaming no eran entonces más que una curiosidad.
Casi diez años después, Spotify cuenta con 248 millones de usuarios; Netflix reporta más de 158 millones.
El terremoto del streaming también sacudió los cimientos de la industria del videojuego: plataformas como Twitch o Mixer permiten a jugadores aficionados o profesionales difundir sus partidas en directo, seguidas en tiempo real por fanáticos que comentan las acciones en los chats.
Estas transmisiones pueden llegar a decenas de millones de personas, sobre todo cuando se realizan grandes competencias de juegos como el archiconocido Fortnite, y han contribuido a la popularidad de los llamados e-sports.
Tanto las pantallas de televisión como las computadoras de escritorio retrocedieron frente a smartphones y tablets como los dispositivos principales para consumo de entretenimiento o noticias, tendencia que se espera aumente aún más con el avance de las redes 5G en Estados Unidos y otros mercados.
– Atracón televisivo –
Hubo un tiempo en que mirar televisión era un asunto de compromiso, una cita con día y hora marcadas: quien quisiera mirar «Seinfeld» debía estar frente al televisor durante la emisión, so pena de quedar fuera de las conversaciones de oficina al otro día.
Los espectadores más allá de las fronteras de Estados Unidos, además, sufrían un inevitable período de espera hasta que el estreno o la nueva temporada se emitiera en su país.
Con el crecimiento de los servicios de streaming y el paulatino alejamiento del público de las cadenas de televisión tradicionales y sus grillas de programación, la televisión finalmente se convirtió en un fenómeno global.
La ansiedad por el próximo capítulo, al que había que aguardar una semana, dejó lugar a un nuevo comportamiento: el atracón televisivo.
Conocido en inglés como «binge-watching», consiste en mirar de una sentada una serie completa, algo imposible en el pasado pero que los servicios de Netflix y Amazon alientan al subir a sus plataformas las temporadas enteras.
La feroz competencia entre cadenas televisivas, canales de cable y los gigantes online ha generado cientos de nuevos programas que cada año multiplican la oferta.
Presupuestos antes impensados en TV, libertad para desarrollar tramas y personajes en amplios arcos narrativos y nombres de peso tanto delante como detrás de cámaras han producido una década de éxitos.
«Game of Thrones», la adaptación de los libros del autor George R. R. Martin que se estrenó en 2011 y terminó, tras ocho temporadas, en 2019, fue quizá el fenómeno cultural de la década.
La saga fantástico-medieval, cargada de sangre y erotismo, cautivó a las masas, cosechó premios a diestra y siniestra y propició una industria de productos asociados, convenciones de fanáticos y tours por las locaciones donde se filmó.
Quienes no comulgaron con esa interminable disputa por el Trono de Hierro tuvieron igualmente un menú que no dejó de ampliarse, con títulos que generaron también legiones de seguidores como «Breaking Bad», sobre un profesor de química devenido en narcotraficante, o el terror distópico de «The Handmaid’s Tale» («El Cuento de la Criada»), adaptación de la novela homónima de Margaret Atwood.
La comedia «Modern Family», el drama político «House of Cards» o la frescura de «The Marvelous Mrs. Maisel» también figuraron entre las preferencias del público.
– El imperio Disney –
Casi uno de cada tres dólares que se gastaron en en los cines de Estados Unidos este año fue a parar a las arcas de la compañía del ratón Mickey, que en 2019 superó la impactante cifra de 10.000 millones de dólares de recaudación global anual.
El récord, que el estudio ha logrado incluso antes del estreno de «Star Wars: The Rise of Skywalker» -que a fin de año cerrará una saga espacial de nueve películas-, superó la marca anterior de 7.600 millones de dólares, de 2016, que ostenta… Disney también.
Parte de la explicación del fenómeno está en el frenesí de adquisiciones, a un costo de miles y miles de millones de dólares, que comenzó en 2009 con la compra de Marvel.
La inversión dio sus frutos: los superhéroes de esa casa -entre los que se incluyen Iron Man, Capitán América y Hulk- arrasaron la taquilla durante estos últimos diez años.
Luego, en 2012, Disney adquirió derechos sobre el universo de Star Wars, la saga creada por George Lucas que tuvo su origen en 1977, cuando compró los estudios Lucasfilm tras desembolsar más de 4.000 millones de dólares.
Este año, con la adquisición de Fox, incorporó además a su catálogo series como «Los Simpson», sagas como «X-Men» y las secuelas previstas de «Avatar», del director James Cameron. Todo indica que el dominio global de Disney no hará más que crecer.
Por si fuera poco, la compañía le ha sacado nuevo jugo a su viejo catálogo, transformando clásicos de dibujos animados como «El libro de la Selva» y «Aladdin» en lucrativas películas con actores de carne y hueso.
Todo esto sin contar el fenómeno «Frozen», la historia del reino congelado de Arendelle, que este año volvió a cautivar a legiones de fanáticos a través la secuela «Frozen II».
– Apuntando a la diversidad –
Algunos hitos sugieren que ciertas fronteras -no solo geográficas- se han borroneado, y que la diversidad cultural logró acomodarse en el centro del escenario.
La música conoció fenómenos globales inéditos como el éxito del llamado K-Pop (de «Korean pop», pop coreano), con la banda BTS a la cabeza.
También de Corea del Sur llegó en 2012 el superéxito «Gangnam Style», de PSY, que alimentó ese año una fiebre por el paso de baile asociado a la canción, que imitaba el movimiento de un jinete.
En los 2010, Latinoamérica exportó reguetón al mundo, también un nuevo género conocido como trap. Hasta el día de hoy, «Despacito» (2017), de Luis Fonsi, es el video más visto en YouTube con más de 6.500 millones de reproducciones.
En Estados Unidos, la década se cierra con un hit impensable tiempo atrás, todo un ejemplo del fenómeno de la diversidad: «Old Town Road», de Lil Nas X, una fusión de country y rap a cargo de un adolescente negro y gay oriundo de Atlanta.
La canción se impuso en el mundo tradicionalmente dominado por blancos de la música country, y sintetiza los esfuerzos de la industria por apostar a una mayor diversidad.
«Transparent», una producción de Amazon, recogió elogios por la forma en que expuso en la pantalla chica a las personas transgénero; en el cine, «Black Panther», de Marvel, consiguió gran desempeño en la taquilla pero también reinventar las película de superhéroes con un elenco integrado casi enteramente por actores negros.
Para comprender la década, es necesario reparar también en movimientos como #MeToo y Time’s Up, que denunciaron abusos sexuales y disparidad en la industria.
Tanto las academias del cine y la producción discográfica de Estados Unidos acusaron recibo de esos y otros reclamos por mayor diversidad -de género y también racial- en sus filas y cuerpos de votación, que son los que terminan decidiendo sobre premios como el Óscar o el Grammy.
– Estrellas, empresarias y mujeres –
En la música pop, una lección que arroja el período es que ya no alcanza con tener una buena voz, una apariencia agraciada y canciones pegadizas.
Las estrellas de la década, además, estampan su nombre en colecciones de moda, venden sus propios cosméticos o dirigen películas.
Beyoncé se erige a todas luces como la diva de la década: arrasó en Coachella, uno de los principales festivales estadounidenses, tuvo un papel protagónico en la remake de «El Rey León», y cautivó al público y la crítica con su álbum-película «Lemonade».
Pero además está al frente de una marca de ropa deportiva, Ivy Park, que inició una nueva etapa en colaboración con Adidas, y hasta ha dirigido un documental sobre su memorable actuación en Coachella.
Representa el nuevo modelo a seguir para toda una generación de superestrellas de la música.
Rihanna, la cantante de 31 años nacida en Barbados, es un claro ejemplo de ello. No solo ha conquistado una y otra vez las listas de éxitos sino que ha ganado fortunas con una línea de cosméticos y otra de lencería.
En 2019 lanzó su propia marca de vestimenta con el gigante del lujo francés LVMH.
La cantautora Taylor Swift, ganadora de diez premios Grammy en la última década, es otro. Ha presentado varios perfumes, posee un portafolio de contratos de promoción de productos y ha librado una batalla legal contra su anterior sello discográfico para obtener el control de las grabaciones originales de sus primeros discos.
Lady Gaga confirma la tendencia: además de cantar estándares de jazz con el legendario Tony Bennett y hacer una aparición estelar en la serie «American Horror Story», lanzó su propia línea de cosméticos veganos y asombró al público con su actuación en «Nace una estrella», película por la que ganó un Óscar a la mejor canción original.
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