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16/09/2017 11:01 AM
| Por project-syndicate.org

Globalización financiera 2.0

En el decenio que pasó desde el inicio de la crisis financiera en agosto de 2007, el aspecto de las finanzas globales cambió profundamente. En ese período el flujo transfronterizo total de capitales se redujo un 65%, caída que refleja, en particular, una marcada reducción de la actividad bancaria internacional.

La pregunta que se nos plantea es qué nos dicen estas cifras sobre el estado actual de las finanzas globales. ¿Son prueba de que la “globalización financiera” (el movimiento internacional de capitales) está en retirada? Y si así fuera, ¿está mal?

El repliegue actual refleja un aumento de la aversión a riesgos y de su visibilidad derivado del estallido de la burbuja a fines de 2007. Pero una nueva investigación del McKinsey Global Institute apunta al surgimiento de una forma de integración financiera global más sólida.

Antes de la crisis, la actividad bancaria transfronteriza venía creciendo, conforme muchos de los bancos más grandes del mundo pasaban por un proceso de expansión internacional que los llevó a aumentar el monto de sus préstamos mutuos y de sus inversiones en otros activos extranjeros. Por ejemplo, la creación del euro trajo consigo una considerable expansión de los bancos de la eurozona. La tenencia de activos extranjeros en esos bancos (y sus filiales) trepó de 6,6 billones de dólares en 2000 a 23,4 billones en 2007. Y sobre todo, la mayor parte del crecimiento corresponde a inversiones dentro de la eurozona, donde la aparición de un mercado bancario europeo integrado llevó a algunos a creer que la adopción de una moneda común y de reglas compartidas suponía la desaparición casi total del riesgo país.

Hoy está claro que muchas instituciones, en vez de aplicar estrategias empresariales prudentes, sólo estaban siguiendo al rebaño. Luego, golpeados por la debacle financiera en Estados Unidos y la subsiguiente crisis de la eurozona, los grandes bancos globales redujeron sus posiciones en el extranjero, vendieron algunos negocios, abandonaron otros y dejaron caducar préstamos. Desde 2007, los bancos globales han vendido al menos 2 billones de dólares en activos.

Aunque esta retirada incluyó a bancos suizos, británicos y estadounidenses, los de la eurozona están en su epicentro. Desde el inicio de la crisis, estos han reducido 7,3 billones de dólares (un 45%) sus activos extranjeros. Casi la mitad corresponde a una contracción de la cartera de deudores intraeurozona (particularmente bancos). La idea de que el crédito intraeurozona era cuasidoméstico se hizo añicos.

La evolución de la crisis financiera trajo consigo la amenaza de involucramiento del sector privado mediante quitas y transferencias de pérdidas a acreedores. En términos de riesgo, los mercados domésticos (donde los bancos tenían la ventaja de la escala y el conocimiento del mercado) se volvieron comparativamente más atractivos. En Alemania, por ejemplo, la proporción de activos extranjeros dentro del total, en los tres bancos más grandes, se invirtió, de 65% en 2007 a 33% en 2016. No es que se haya reducido el balance general, ya que en ese mismo período, los activos domésticos crecieron un 70%.

Lo que surgió en la eurozona y otras partes es un sistema financiero potencialmente más estable, al menos por lo que atañe a los bancos; estos han debido rearmar su capital, y se aprobaron nuevas reglas de liquidez que redujeron el apalancamiento y la vulnerabilidad. La obligación de realizar pruebas de resistencia y presentar planes de gestión de quiebra anticipados desincentivó considerablemente la complejidad, y al mismo tiempo, restó atractivo a las operaciones en el extranjero.

Otra señal de más estabilidad es la diversificación de los flujos transfronterizos de capitales. El flujo anual total de préstamos transfronterizos se redujo dos tercios, pero la inversión extranjera directa (que es, con diferencia, el tipo más estable de flujo de capital, ya que refleja decisiones estratégicas a largo plazo de las empresas) se mantuvo mejor. La combinación de inversión extranjera directa y en cartera ahora supone el 69% de los flujos de capital transfronterizos, contra 36% en 2007.

Una última señal de estabilidad la da la reducción de los desequilibrios globales, por ejemplo en los agregados de cuenta de capital y cuenta financiera. En 2016, estos desequilibrios habían caído al 1,7% del PIB global, contra 2,5% en 2007. Además, los déficits y superávits que quedan están repartidos entre más países que antes de la crisis. En 2005, Estados Unidos absorbía el 67% del flujo global neto de capitales. Pero en 2016, la proporción se redujo a la mitad. En tanto, en 2005 China suponía el 16% del superávit de capital neto del mundo; el año pasado la cifra sólo era 1%. Y con pocas excepciones (como Alemania y los Países Bajos) los desequilibrios también se redujeron dentro de la eurozona. Hoy los países en desarrollo se han convertido otra vez en importadores de capital.

Nada de esto justifica bajar la guardia. Un sistema financiero global más integrado trae consigo inevitablemente más riesgo de contagio. Siempre pueden repetirse excesos; de hecho, los mercados accionarios e inmobiliarios en algunas economías avanzadas vuelven a registrar máximos que no se condicen con las mediocres perspectivas de crecimiento. Otro motivo de preocupación es la volatilidad de los flujos brutos de capitales. Desde 2010, un tercio de los países en desarrollo y dos tercios de las economías avanzadas han experimentado grandes fluctuaciones en el ingreso total de capitales. Particularmente inestables han sido los flujos de préstamos; más del 60% de los países tuvieron algún grado de fluctuación anual, con una mediana del 7,7% del PIB para las economías avanzadas y 3% para los países en desarrollo.

Algunos observadores sostienen que lo hecho hasta ahora para contener el riesgo sistémico es insuficiente; y en la medida en que el riesgo se haya trasladado de la banca formal a la informal, es posible que tengan razón. Pero en términos generales, se ven por todas partes señales de más resiliencia y estabilidad. De modo que las medidas tomadas estos últimos diez años implican que habrá menos fragilidad cuando llegue la próxima crisis (que seguramente llegará).

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