Henri Falcón, el rival que carga el estigma de "traidor"
«No soy un traidor. Soy un hombre sin complejos», se defiende Henri Falcón, militar retirado que busca evitar la reelección de Nicolás Maduro en Venezuela. Sus conflictos con aliados, del chavismo y la oposición, marcan una carrera política siempre bajo sospecha.
En camaleónica transformación, Falcón pasó de acompañar por dos décadas a Hugo Chávez y su retórica antiimperialista a retar a Maduro con las promesas de dolarizar la economía y abrir las puertas a «ayuda humanitaria» del gobierno estadounidense de Donald Trump.
De 56 años, estatura media, cabello gris y voz serena, nunca le tembló el pulso para dar un volantazo.
De hecho, su candidatura rompió un boicot de su último aliado, la opositora Mesa de la Unidad Democrática (MUD), que llamó a la abstención en los comicios del 20 de mayo, por consideralos «fraudulentos».
«Hizo buenas gestiones. Es un hombre trabajador, concentrado en la gestión pública más que en partidos, pero tomó una decisión errada al postularse», dijo a la AFP el diputado opositor Simón Calzadilla, amigo y antiguo aliado de Falcón.
El «conflicto político» para hacer «nuevas alianzas» caracteriza a Falcón, según Miguel Mirabal, politólogo radicado en Maryland (EEUU) que siguió de cerca la evolución del político.
«Uno no sabe bien a qué juega. ¿Chavismo? ¿Oposición? Es un misterio», dijo a la AFP Rafael Rivero, comerciante de 51 años, viendo pasar una marcha de Falcón en Barquisimeto, capital del estado Lara (oeste), su viejo fortín político.
– Un pasado chavista –
Graduado de abogado, Falcón jamás pensó en hacer política hasta que vio a Chávez en televisión aceptar el fracaso del golpe de Estado que comandó el 4 de febrero de 1992.
«Incluso lo fue a visitar a la cárcel», relató al diario El Impulso su esposa Marielba Díaz, con quien tiene cuatro hijos.
Conoció al expresidente en su paso por la Fuerza Armada, de la que se retiró en 1991 como suboficial del Ejército, y se sumó al movimiento político que creó Chávez tras salir de prisión, germen del actual Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV).
Fue miembro de la Asamblea Constituyente de 1999, trampolín para hacerse con el control de Lara, su casa, aunque nació en Nirgua, en el vecino estado Yaracuy.
Forjó su liderazgo siendo ocho años alcalde de Barquisimeto (2000-2008) y nueve gobernador de Lara (2008-2017), cargo que ganó en la cumbre de su popularidad con 73,5% de los votos.
Su crecimiento fue meteórico. En las primeras muestras de quiebre con el chavismo, pasó de alcalde a gobernador ofertando una «revolución eficiente».
Por orden de Chávez expropió, como alcalde, una gran zona agrícola. Paradójicamente, su rechazo a tomar en Lara galpones de Polar – la mayor empresa de alimentos venezolana- fue un punto de distanciamiento con el chavismo.
Al ver su acercamientos con opositores, Chávez le dijo en público: «Mándalos pa’l carajo».
Pero la ruptura era inminente. «La relación entre un jefe de Estado y los gobernadores y alcaldes no puede limitarse a órdenes», justificó Falcón en su carta de renuncia al PSUV en 2010.
– «Caballo de Troya» –
Dos años después, fundó el partido Avanzada Progresista y lo inscribió en la MUD. Chávez lo calificó entonces de «traidor».
En la MUD fue jefe de campaña de Henrique Capriles en las elecciones de 2013, en las que Maduro ganó por estrecho margen. Hoy, esa coalición lo acusa de «hacerle el juego» al mandatario.
Ante las críticas de lado y lado, Falcón se dice atacado por extremos en un país polarizado.
Su metamorfosis incluyó un cambio de imagen cuando, semanas antes de que Chávez muriera de cáncer, se afeitó el bigote que lució por años.
El presidente (1999-2013) ya había ungido sucesor a Maduro, cuyo poblado mostacho negro fue un símbolo en la campaña contra Capriles.
«Es un maratonista, un corredor de larga distancia, que carga una cruz a cuestas: ser visto como un caballo de Troya», declaró a la AFP Mirabal.
Aunque en 2017 perdió los comicios por la gobernación de Lara contra Carmen Meléndez, exministra de Defensa de Maduro, Falcón cree que su momento llegó.
Confía en capitalizar el descontento popular por la hiperinflación y la falta de productos básicos, prometiendo salarios en dólares y devolución de fincas confiscadas.
Para ello llama incansablemente a vencer a su «peor enemigo»: la abstención. Pero antes, dice a la AFP el politólogo Luis Salamanca, debería convencer a muchos de que no es «un chavista encubierto».
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