Los peligros de una política monetaria paralela
Entre los acontecimientos históricos que dieron forma a la edad moderna y al Estado, destaca la emisión exclusiva de dinero, con la cual se sentó la base del orden económico a través de la política monetaria y dio paso a la creación de los bancos centrales como autoridades rectoras de esta.
La aparición de la moneda y posterior emisión de forma exclusiva y privativa por parte del Estado, respondió a la necesidad de la dinámica económica de un instrumento “liberatorio fiduciario” que facilitara el intercambio de bienes y servicios. La emisión que hacía el comerciante privado se trasladó a los bancos privados y finalmente al Estado.
Por funciones esenciales del banco central se han enumerado: diseñar políticas para que los precios de los bienes y servicios se mantengan estables, los salarios sean suficientes para asegurar la calidad de vida, las tasas de interés permitan una economía productiva y los tipos de cambio garanticen que la moneda tenga el valor suficiente para competir con otras. De hecho, todas ellas recogidas en el artículo 318 de la Constitución venezolana.
El control de la intermediación financiera como actividad de interés público permite a través de la banca pública o privada la promoción del ahorro y circulación monetaria por las captaciones de depósitos de los títulos de crédito y dinero efectivo.
¿Qué sucede cuando alguien ajeno al banco central asume esta función que define al Estado moderno?
Actualmente hay en Venezuela dos casos que obligan a levantar las advertencias de los peligros de una política monetaria paralela. El primero es la promoción de la criptomoneda petro, mecanismo que el gobierno piensa utilizar en sus relaciones económicas con el exterior usando un “instrumento de intercambio” cuya filosofía en principio se basa en eliminar el control de la banca internacional con objeto de eludirla u obviarla, incluso como una nueva forma de financiamiento ante la falta de fuentes tradicionales de recursos como bancos u otros estados.
Además, el gobierno ha dicho que impulsará el uso del petro como medio de pago en tiendas, para lo cual otorgará incentivos a los comerciantes y empresas prestadoras de servicios.
La iniciativa es única, puesta hasta ahora ningún gobierno a emitido una criptomoneda, dándole el aval a una tecnología relativamente nueva y entrando a un mercado de alta volatilidad y prácticamente sin regulaciones.
Irónicamente se emite una moneda virtual avalada por el Estado venezolano con una base institucional, política, jurídica y de supervisión ejercida por una Superintendencia Nacional de la Criptomoneda y Observatorio del Blockchain en Venezuela adscrita al Ministerio de Educación Universitaria, Ciencia y Tecnología; instituciones ajenas a la política monetaria y financiera, lo cual nos permite apreciar el desorden en la política monetaria que existe en Venezuela o el alto valor que se le está dando, ante la realidad económica que se vive en el país, a la política monetaria discrecional.
La garantía del petro serán las reservas de petróleo venezolano, en un retroceso al patrón minero o metálico como fue el oro y la plata hasta el siglo XX.
Otro caso es la emisión de las denominadas monedas comunales que circulan en Venezuela. La más reciente, “panal” emitido en la parroquia 23 de Enero de la ciudad de Caracas, que ha captado amplia atención mediática y en redes sociales.
Debemos aclarar que el mismo Banco Central de Venezuela ha reconocido la existencia de monedas comunales para el trueque e “intercambio solidario”, en un primer momento observado como manifestaciones folkloristas por su reducida relevancia económica debido al poco ámbito territorial que cubren.
Pero en la situación que se presenta para el año 2018, signado por la ausencia de efectivo de la moneda de curso legal (el bolívar), su continua depreciación y consecuente sustitución por otras divisas particularmente el dólar estadounidense e inclusive por el peso colombiano debido a la pérdida de su capacidad liberatoria; estas monedas comunales pudiesen adquirir relevancia como forma de pago válidas en el territorio nacional.
Por otra parte, podrían ser incluso instrumento de intermediación financiera y objeto de operaciones de depósito en instituciones bancarias, considerando lo extremo que sería una decisión de esta naturaleza, ante lo que llamamos la atención.
La falta de confianza sobre el bolívar, producto de su continua devaluación (diagnósticos pesimistas prevén su obvia desaparición, extinción o metamorfosis) hace renacer mecanismos de intercambio privados superados como el trueque y la moneda comunal.
Si el empleo del petro o de monedas comunales como el panal se hace progresivo y expansivo, pudiesen competir o en el mejor de los casos, convivir con la moneda nacional.
Ahora, en cuanto a los bancos, la falta de liquidez en efectivo constante y sonante y la inflación, sacan de circulación monedas de baja denominación y las colocan ante el rechazo del público de utilizarlas.
No deja de ser una tentación para un gobierno con esquemas ideológicos ajenos a la economía de mercado aunado al actual proceso constituyente en Venezuela, que se prevea la posibilidad de otorgar rango constitucional a estos mecanismos más aun cuando la experiencia de emisión de dinero comunal se ha realizado por factores ideológicamente afectos al gobierno.
La hipótesis de crear una “Ley Constituyente” donde convierta a la moneda comunal objeto de captación de depósitos por la banca, podría ser una de las posibilidades más aun cuando dirigentes del gobierno han sugerido la ampliación de las políticas de estatización adquiriendo uno de los mayores bancos privados del país, aun cuando su presidente lo ha desmentido.
Esto revela el paulatino interés del gobierno de promover formas de intercambio económico, inclusive de intermediación financiera, en detrimento de los mecanismos monetarios ordinarios y constitucionales.
La aversión del gobierno a los límites institucionales se extiende cada vez a la economía, donde el ejercicio del pleno poder de emitir dinero a voluntad “por el bien del pueblo” no admite que se interpongan organismos reguladores autónomos como un banco central independiente, sobre todo cuando se está a las puertas de una elección presidencial.
En fin, los costos del populismo macroeconómico son bien conocidos por la experiencia latinoamericana. Las políticas, sobre todo las monetarias insostenibles, fueron la ruina de la región hasta que en los noventa comenzó a prevalecer la ortodoxia económica. Las políticas populistas producían periódicamente graves crisis económicas, que perjudicaban especialmente a los pobres, hasta que, para cortar el ciclo, la región se volcó a las normas fiscales y a los ministros de finanzas tecnócratas. Como siempre lo hemos dicho, las crisis no son eternas.
César Aristimuño Director de Aristimuño Herrera & Asociados