Kenneth Rogoff: La sabia decisión de Biden en la Fed
Hay que reconocerle al Presidente estadounidense Joe Biden, un demócrata, mérito por confirmar a Jerome Powell, un republicano, a un segundo mandato de cuatro años como jefe de la Reserva Federal de Estados Unidos. Al hacerlo, Biden prefirió no nombrar a Lael Brainard, una muy sólida alternativa muy del gusto de los progresistas, y que en el mundo abstracto habría sido una excelente opción. Al resistir con firmeza las fuertes presiones del ala izquierda del Partido Demócrata, Biden logró varias cosas a la vez.
Primero, y lo más importante, es que reafirmó la independencia del banco central de las presiones políticas. Donald Trump, su predecesor, heredó una jefa del banco central muy capaz, Janet Yellen, y así se lo reconoció. Pero decidió que era preferible tener a su propio hombre en el cargo, tal vez con la esperanza de que podría hacerle no adoptar una política monetaria restrictiva en los preparativos para las elecciones de 2020.
Como con tantas decisiones de Trump, esto marcó un fuerte quiebre de la tradición. Por lo general, los nuevos presidentes nombran a un jefe de la Reserva Federal competente para servir un segundo término. La decisión de Biden restablece esa tradición. En el improbable caso de que Trump volviera a ser electo presidente en 2025, ¿se inclinaría por confirmar a Powell para un tercer periodo porque Biden lo había apoyado? Probablemente sí.
Al confirmar a Powell, Biden además dio un paso hacia la aserción de su propia independencia, en particular con respecto a la estridente izquierda de su partido, que hasta ahora ha ejercido una influencia enorme. Biden se inclinó bastante hacia el centro y seleccionó un candidato al que muchos republicanos apoyaron.
Tal vez parte del renovado énfasis de Biden en la competencia se contagie a otras áreas de su administración. Habiendo hecho campaña como un centrista que sabe dialogar con sus opositores, lo demostró cuando lo que estaba en juego era importante. Este ha sido el nombramiento más importante de su presidencia. Cualquiera que haya estudiado la relación entre ciclos económicos y la política sabe que el banco central puede tener una enorme influencia si hace recortes a las tasas de interés de manera oportuna para estimular la economía justo antes de una elección.
En momentos en que la economía pospandémica sigue siendo increíblemente volátil y es difícil predecir lo que vendrá (aunque, francamente, el mercado laboral estadounidense luce al rojo vivo), optar por Powell hizo que las políticas de la Fed sean más predecibles y fáciles de interpretar. Con todo lo excelente que hubiera sido preferir a Brainard, todavía hubiera habido un periodo de ajuste para los mercados, a medida que aprendieran a comprender su lenguaje y sus señales.
La página editorial del Wall Street Journal, convencida de que la política de la Fed inevitablemente llevará a una superinflación, independientemente de a quién se nombre, restó importancia a la opción entre Powell y Brainard calificándola de “Tweedledum y Tweedledee.” Pero pasa por alto algunas diferencias consecuenciales. Más allá de las posturas normativas por la que los progresistas la alaban, Brainard, que se convertirá en vicepresidenta, se ha mostrado especialmente abierta a ideas innovadoras acerca de la evolución de las políticas de los bancos centrales en un mundo de bajas tasas de interés reales.
Es cierto que he estado pintando una imagen algo optimista de la decisión de confirmar a Powell. De hecho, la cifra más reciente de inflación de precios al consumidor, más de un 6%, fue impresionante. También es verdad que hasta ahora los mercados financieros creen el argumento de Powell de que es, en su mayor parte, transitoria: las expectativas de inflación de mediano plazo fueron de poco más del 2%, no alta todavía según los estándares de la última década. Ahora que Powell no necesita contener el aliento a la espera de que Biden decida su confirmación, se podría aducir que ya no se sentirá limitado para constreñir la política monetaria si así se necesitara. Pero, ¿no ha esperado ya demasiado la Fed?.
Es un difícil dilema. Si los factores que subyacen a las recientes alzas inflacionarias resultan ser transitorios, la Fed puede redoblar su política de apaciguamiento para luego declarar: “Os lo decíamos”. Por desgracia, también existe una buena probabilidad de que se produzcan en cadena alzas de precios y salarios, y que la inflación no sea tan transitoria. Si ocurre eso, y el público comienza a perder fe en la estabilidad de los precios, puede que sea necesaria una importante recesión para que la recupere.
En ese punto, algunos podrían decir que la Fed debería recalibrar según la ocasión y declarar públicamente que tiene planes de elevar su meta inflacionaria a un 3% o un 4%. Esta fue una recomendación clave de uno de los informes centrales que la Fed encargó en su reevaluación de 2019 de su marco de trabajo monetario. Lamentablemente, es casi seguro que dejar que la inflación suba inexorablemente, y solo entonces decirle al público que ahora hay una nueva normalidad más alta, generará una desestabilización extrema.
Desde hace tiempo que opino que una manera mucho más elegante de crear espacio para hacer recortes a las tasas de interés en una profunda recesión implica una política de tasa de interés negativa. Es cierto que eso obligaría a la Fed a estar preparada para utilizar una de las cada vez más numerosas opciones para desalentar la acumulación de efectivo que, de lo contrario, limitaría la efectividad de sus medidas.
Por supuesto, la Fed podría subir las tasas de interés de manera preventiva, pero eso colapsaría mercados y lanzaría la economía a una recesión.
En este punto no hay opciones fáciles para la Fed, y eso habría sido cierto si Biden hubiera optado por Brainard y no por Powell. Así que, al fin de cuentas, demos crédito al Presidente por comprender que, más allá de las presiones políticas que sufriera su administración para mantener a raya a la Fed, era mejor afirmar la independencia del banco central… y la suya.
Tomado de Projet Syndicate.
Kenneth Rogoff: Profesor de Economía y Políticas Públicas en la Universidad de Harvard y ganador del Premio Deutsche Bank en Economía Financiera 2011, fue el economista jefe del Fondo Monetario Internacional de 2001 a 2003. Es coautor de «Esta vez es diferente: ocho siglos de locura financiera» y autor de «La maldición del efectivo».
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