La ilusoria fiebre del blockchain
Cada vez que se predice el fracaso del bitcoin y otras criptomonedas, suele generarse en respuesta una defensa más amplia de la tecnología subyacente: la “cadena de bloques” o blockchain. Es verdad (dice el argumento) que más de la mitad de las “ofertas iniciales de monedas” hasta la fecha fracasaron, y que lo mismo sucederá con la mayoría de las más de 1500 criptomonedas que hay, pero aun así, el blockchain revolucionará las finanzas y las interacciones humanas en general.
En realidad, el blockchain es una de las tecnologías más infladas de la historia. Para empezar, es menos eficiente que la tecnología anterior de base de datos. Cuando se dice que una aplicación se ejecuta “sobre blockchain”, esto en general significa que la aplicación está distribuida entre una multitud de dispositivos.
La necesidad de espacio de almacenamiento y poder de cómputo, así como la latencia, son considerablemente mayores que en el caso de una aplicación centralizada. Los blockchains que incorporan tecnologías de “prueba de participación” o “no divulgación de conocimiento” (conocimiento cero) demandan verificar criptográficamente todas las transacciones, lo que las hace más lentas. Los que usan “prueba de trabajo”, como muchas criptomonedas muy difundidas, generan otro problema: su verificación demanda una inmensa cantidad de energía. Por eso las actividades de “minería” de bitcoins en Islandia van camino de consumir más energía este año que todos los hogares islandeses combinados.
El blockchain puede ser útil cuando la relación entre velocidad y verificabilidad realmente lo justifica, pero no es ese el argumento con que suele publicitarse la tecnología. Las propuestas de invertir en blockchain repiten la promesa exagerada de que es una tecnología capaz de reemplazar industrias enteras (por ejemplo, la computación en la nube) y no reconocen sus limitaciones obvias.
Hay muchas propuestas que dependen de la afirmación de que el blockchain es una “computadora mundial” distribuida y universal. Pero esa afirmación da por sentado que los bancos, que ya usan sistemas eficientes para procesar millones de transacciones al día, tendrían motivos para migrar a una única criptomoneda, notoriamente más lenta y menos eficiente, lo cual contradice todo lo que sabemos sobre el uso de software en la industria financiera. Las instituciones financieras, en particular las que hacen trading algorítmico, necesitan que el procesamiento de transacciones sea veloz y eficiente. Un único blockchain global distribuido, como Ethereum, nunca les resultaría útil.
Otro supuesto falso es que el blockchain es algo así como un nuevo protocolo universal, como TCP-IP o HTML fueron para Internet, de modo tal que uno u otro blockchain será la base de la mayoría de las transacciones y comunicaciones del mundo en el futuro. Una vez más, basta pensar cómo funciona en realidad esta tecnología para ver que es un sinsentido. En concreto, el blockchain en sí depende de protocolos como TCP-IP, así que no está claro de qué manera podría convertirse en su reemplazo.
Además, a diferencia de los protocolos de base, el blockchain es un protocolo “con estado”, es decir, almacena cada comunicación válida que se le haya enviado. Esto obliga a diseñar las aplicaciones teniendo en cuenta las limitaciones de hardware de los usuarios y la necesidad de protección antispam. Por eso Bitcoin Core, el cliente de software para bitcoins, sólo procesa entre cinco y siete transacciones por segundo (Visa, en cambio, procesa en forma segura 25 000 transacciones por segundo).
Así como no es posible registrar todas las transacciones del mundo en una única base de datos centralizada, tampoco se hará en una única base de datos distribuida. De hecho, los problemas de escala en la tecnología de blockchain siguen irresueltos en mayor o menor medida, y es probable que sigan así por mucho tiempo.
Aunque podemos afirmar con confianza que el blockchain no destronará al TCP-IP, puede ocurrir que en algún momento un componente particular de la tecnología (por ejemplo Tezos o los lenguajes de contrato inteligente de Ethereum) se convierta en estándar para determinadas aplicaciones, así como Enterprise Linux y Windows lo fueron para los sistemas operativos para PC. Pero apostar a una “criptomoneda” en particular, como hacen muchos inversores en la actualidad, no es lo mismo que apostar a la adopción de un “protocolo” más general. La experiencia con el uso de software de código abierto no da muchos motivos para pensar que el valor empresarial de determinadas aplicaciones de blockchain vaya a capitalizarse directamente en una sola criptomoneda o en unas pocas.
Una tercera afirmación falsa tiene que ver con la utopía de “desintermediación” que supuestamente creará el blockchain al eliminar la necesidad de instituciones financieras u otros intermediarios fiables. Esto es absurdo, por una sencilla razón: hoy cualquier contrato financiero puede ser modificado o deliberadamente incumplido por los participantes. Reemplazar esta posibilidad con cláusulas automatizadas rígidas no dependientes de terceros fiables es comercialmente inviable, sobre todo porque obligaría a garantizar al 100% en efectivo todos los contratos financieros, lo cual es una locura desde un punto de vista de costo del capital.
Además, muchas aplicaciones posiblemente adecuadas del blockchain en finanzas (por ejemplo, la titulización o la supervisión de cadenas de suministro) seguirán demandando intermediarios, porque siempre pueden surgir imprevistos que hagan necesaria una respuesta discrecional. Lo más importante que el blockchain puede hacer en estos casos es asegurar que todos los participantes de una transacción estén de acuerdo respecto del estado de dicha transacción y sus obligaciones.
Ya es hora de poner fin a la exageración. El bitcoin es un dinosaurio lento y energéticamente ineficiente que nunca podrá procesar transacciones con tanta velocidad y tan bajo costo como una hoja de cálculo en Excel. El planeado sistema inseguro de autenticación mediante prueba de participación de Ethereum sería vulnerable a la manipulación de participantes influyentes. Y la tecnología de Ripple para transferencias interbancarias internacionales pronto quedará obsoleta ante SWIFT (un consorcio ajeno al blockchain) que ya usan todas las grandes instituciones financieras del mundo. Del mismo modo, ya hay sistemas centralizados de pago electrónico con costos de transacción prácticamente nulos (Faster Payments, AliPay, WeChat Pay, Venmo, Paypal, Square) que tienen miles de millones de usuarios en todo el mundo.
La actual “criptomanía” no es distinta de la manía de los ferrocarriles en los albores de la revolución industrial a mediados del siglo XIX. Por sí solo, el blockchain poco tiene de revolucionario. Pero en conjunto con la automatización segura y remota de procesos financieros y mecánicos, puede tener derivaciones amplias.
En última instancia, el uso del blockchain se limitará a aplicaciones específicas, bien definidas y complejas que demanden transparencia y resistencia a la adulteración más que velocidad (por ejemplo, la comunicación con autos sin conductor o drones). En cuanto a la mayoría de las criptomonedas, no son muy distintas de las acciones ferroviarias de la década de 1840, que se vinieron abajo en cuanto la burbuja ferroviaria (como la mayoría de las burbujas) estalló.
Nouriel Roubini es profesor de la Escuela de Negocios Stern de NYU y CEO de Roubini Macro Associates, fue economista principal de Asuntos Internacionales en el Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca durante la Administración Clinton. Ha trabajado para el Fondo Monetario Internacional, la Reserva Federal de Estados Unidos y el Banco Mundial.
Preston Byrne es miembro del Instituto Adam Smith y miembro único de Tomram Consulting.
Fuente: Project-syndicate.org
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