La vida al límite de los venezolanos en la frontera con Colombia
Antonio hace filas de hasta dos días para comprar gasolina; cruza a Colombia buscando medicinas para su madre; sufre cortes de luz y agua en casa. Es la agobiante cotidianidad de los venezolanos que, como él, viven en poblaciones fronterizas.
«Aquí es complicado», comenta a la AFP Antonio Rugeles, contador de 27 años que busca dinero extra como taxista.
Como consuelo, las vitrinas repletas de los comercios colombianos están a «unos minutos» de camino, dice mientras conduce su vehículo en San Antonio.
Allí trabaja, aunque vive en San Cristóbal, capital del estado Táchira (oeste), a una hora y media por carretera.
La zona es epicentro del pulso entre el presidente Nicolás Maduro y el opositor Juan Guaidó, reconocido como mandatario interino por unos 50 países, por el paso de comida y medicamentos enviados por Estados Unidos.
La ayuda, bloqueada por Maduro por considerarla el pretexto para una invasión, está desde el 7 de febrero en Cúcuta (Colombia) y Guaidó prometió ingresarla «sí o sí» el 23 de febrero.
– «Mafias» de gasolina –
Cientos de automóviles se agolpan frente a una estación de gasolina de San Antonio, en una fila que se extiende por un par de kilómetros.
Muchos no tienen otra opción que pernoctar en el lugar, esperando por góndolas de combustible.
«He estado hasta dos días en cola», cuenta Antonio, quien comparte ese suplicio con otro conductor en turnos de 12 horas. «Cada día es más crítico», lamenta.
En las fronteras de un país donde el precio de la gasolina es ridículo, pues con un dólar pueden comprarse más de 300 millones de litros, el contrabando es un negocio multimillonario.
«Son mafias», protesta Antonio.
Así como un día hay colas kilométricas, otro las estaciones están vacías y sin una gota de combustible.
Los militares vigilan y regulan el expendio. En una estación de San Antonio, tres de ellos con armas largas decidían quién puede surtir y quien no, constató un equipo de la AFP.
En las proximidades de las estaciones, hombres hacen señas con la mano derecha a los vehículos que pasan. Parecieran pedir un aventón, pero en realidad preguntan: «¿cuántas pimpinas?».
Se refieren a envases plásticos, con aproximadamente 30 litros de gasolina, revendidos en pesos colombianos o dólares, a precio internacional.
– Del otro lado –
Antonio está obligado a cruzar la frontera por San Antonio o la vecina Ureña hacia Cúcuta para conseguir euthyrox, el medicamento que toma su madre, desaparecido de las farmacias de Táchira.
Unos 40.000 venezolanos pasan diariamente hacia Cúcuta, según las autoridades colombianas. La mayoría retorna, aunque muchos se suman a los 2,3 millones que emigraron desde 2015 por la crisis económica, según la ONU.
«Buscas pesos (colombianos) y pasas al otro lado a comprar comida y medicamentos, porque aquí no se encuentra nada», expresa Antonio.
La escasez es uno de los síntomas de la debacle del país con la mayor reserva petrolera, junto con una hiperinflación que el FMI proyecta en 10.000.000% para 2019.
Pulverizado, un salario mínimo de 18.000 bolívares (unos seis dólares) apenas alcanza para dos kilos de carne.
Antonio atraviesa los pasos peatonales con el ‘carnet fronterizo’, documento que permite a los binacionales cruzar sin pasaporte y que algunos ofrecen tramitar por el equivalente a tres dólares.
En Ureña, el puente fronterizo de Tienditas fue bloqueado por militares con contenedores de carga, una cisterna y otros obstáculos. Aunque la instalación no ha sido inaugurada, era -según la prensa- una vía por la que pasaría la ayuda gestionada por Guaidó.
– Otra moneda –
El bolívar ha sido desplazado por el peso colombiano. La falta de efectivo, la devaluación y la inflación hacen que los habitantes de la frontera rehuyan de la moneda venezolana.
El precio en pesos es la primera referencia en muchos establecimientos.
«Te dicen: ‘Esto cuesta tanto, en pesos’ (…) El bolívar ya no vale», expresa Antonio.
Desde agosto, cuando Maduro lanzó su último plan de reformas económicas, la devaluación supera 98%.
– Otra vez sin luz –
Como si fuera poco, Antonio se las tiene que ver con frecuentes fallas en el suministro de luz, agua y gas doméstico.
Hace un par de semanas, en San Cristóbal «se iba la luz todos los días dos o tres horas», cuenta.
Tener una planta generadora de electricidad es prácticamente obligatorio.
A falta de luz y gas, comerciantes informales venden leña en la calle para cocinar.
– Violencia –
Juntas, San Antonio y Ureña tienen poco más de 100.000 habitantes.
La región sufre además por la violencia de grupos irregulares como la guerrilla colombiana del Ejército de Liberación Nacional (ELN), cuya presencia denuncian opositores.
«Así se dice, aunque yo no lo he vivido», dice Antonio, si bien hace un año siete presuntos paramilitares murieron en un enfrentamiento con soldados en Ureña.
En el lado colombiano, en zonas como Catatumbo, los grupos ilegales se disputan el control de cultivos de coca, en los que trabajan cientos de venezolanos que no aguantaron más.
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