#Exclusivo | Una Venezuela en crisis se olvida de los libros, pero el arte de escribirlos sobrevive
Las editoriales y los libros son damnificados de una crisis que toca hasta los cimientos del país. Escritores y editores muestran la tragedia.
Julio Mazparrote es el presidente de la Cámara Venezolana del Libro (CVL). Dice que la industria editorial de Venezuela está muy deprimida, las editoriales tradicionales sobreviven ofreciendo servicios editoriales, imprimiendo libros de autores independientes.
El editor señala que estos servicios han aumentado por el atractivo que representa publicar libros en formato electrónico o hacer pequeñas impresiones bajo demanda, según desmenuza los pormenores de nuestra crisis lectora.
Pero he aquí data para lamentar: el ranking de libros más vendidos en el país, del cual dispone la CVL, es el de Tecni Ciencia Libros, una librería seria, comercial y suficientemente grande.
Acá va el top 5: en primer lugar, tenemos “Padre rico, padre pobre”; le sigue “Cómo hacer que te pasen cosas buenas”; en el tercer lugar de ventas figura “Hábitos Atómicos”; sigue “Las 48 leyes del poder”; y en la quinta plaza tenemos “Elijo ser feliz, atrévete a renacer”.
Como se ve no hablamos de Doña Bárbara, Cien Años de Soledad, Crimen y Castigo, o La Cartuja de Parma: hablamos de libros de autoayuda pura y dura.
“Las transnacionales del libro han abandonado el país y lo poco que se importa es por algunos aventureros que se atreven a traer novedades o clásicos en limitadas cantidades. Otro segmento que se mantiene y con crecimiento moderado es el de los libros usados».
Mazparrote indica que están a la venta libros de miles de bibliotecas personales que han sido abandonadas o rematadas por sus dueños por el fenómeno de la migración masiva «.
Otro segmento que se salva es el de las editoriales de textos escolares que aún tienen una demanda importante «por las listas de cada año”.
Más allá de los libros: el arte de sobrevivir
El presidente de la CVL Informa que, en 2010, la Cámara Venezolana del Libro -que agrupa librerías, distribuidores y editoriales- unía a 110 agremiados y actualmente se mantienen 30.
La gran mayoría de las librerías especializadas –cuenta- ha cerrado y las que sobreviven han diversificado su oferta de productos con juguetes, papelería o regalos.
“Por otro lado, la Cámara Venezolana de Editores que agrupa a las editoriales de textos escolares se ha reducido de unos 25 agremiados en 2010 a 8 editoriales actualmente», indica Mazparrote.
Los principales inconvenientes en este sector son la piratería, las fotocopias, el reducido mercado a solo colegios privados que son el 20% del universo estudiantil y el uso indiscriminado de la internet por el bajo poder adquisitivo de la población, da cuenta de un drama educativo que traerá consecuencias a futuro.
En los colegios públicos –asevera la fuente- se utiliza exclusivamente la colección Bicentenario que ya no se imprime desde 2018.
La calidad de los libros venezolanos es excelente, asegura, pero la producción desde hace muchos años es reducida si la comparamos con otros países de América Latina como Colombia, México y Argentina.
Libros electrónicos
“En cuanto al libro electrónico, el universo digital motiva a muchas personas a escribir libros, pero no es una panacea que se pueda vender en cantidades considerables pues hay factores de mercadeo y búsqueda en millones de libros que lo hacen muy difícil y costoso que se destaque”, destaca Julio Mazparrote.
En Venezuela –avanza Mazparrote- carecemos de una plataforma digital local para vender libros, porque no hay financiamiento para abordar proyectos de este tipo. “Solo queda Amazon y cientos de páginas de comercialización de libros internacionales que venden libros por segmentos”.
Imprentas al 20%
Y se refiere al aspecto crucial de la producción: Las imprentas de libros funcionan al 20% de su capacidad, y pueden cubrir la demanda en condiciones ideales e inclusive con capacidad de exportación, como ocurrió a finales de la década de los 90 y principios de siglo XXI. Así de baja será la demanda.
“Las materias primas, papel, tintas, planchas son todas importadas y se pueden traer sin inconvenientes. Ya en Venezuela no se produce papel y solo se consiguen algunas tintas”.
“El venezolano es un consumidor de libros y los niveles de lectura son adecuados, así lo demuestra la demanda de libros en época de bonanza petrolera, la incipiente importación y producción, la frecuencia de las ferias del libro», dice el entrevistado.
«En general el venezolano asocia el libro con progreso y educación, lamentablemente el poder adquisitivo es tan bajo que no hay presupuesto para comprar libros y eso hace que busque otras fuentes de lectura”, como la web, por ejemplo.
En la medida que se recupere la economía –aporta Mazparrote- se puede recuperar el sector, aumentar la producción en Venezuela, exportar libros e importar libros de todo el mundo para incrementar el bagaje cultural del venezolano.
“Pero es importante que el Estado estimule la producción facilitando la importación y exportación, disminuyendo aranceles y apoyando a las editoriales para dotar de libros a las escuelas y bibliotecas públicas. El libro es fundamental para preservar nuestra cultura y educar mejores ciudadanos”, cierra con una certera reflexión.
Leer o decorar la casa
No se sabe si los que compran libros realmente los leen, o adquieren un adminículo decorativo para su hogar. Lo cierto es que somos un país de grandes escritores: Rómulo Gallegos, Julio Garmendia, Miguel Otero Silva, Teresa de la Parra, José Ignacio Cabrujas, Rafael Cadenas –recién galardonado con el Premio Cervantes-, Juan Liscano, Eugenio Montejo y pare usted de contar.
Pero, cabe preguntarse, ¿Qué calidad tienen nuestros jóvenes escritores de hoy? ¿Se escribe? ¿Se publica? ¿Se lee a estos nuevos magos de la palabra?
Fedosy Santaella (Puerto Cabello, 1970) es narrador y poeta. Ha publicado tanto cuento como novela con editoriales como Alfaguara y Ediciones B en Venezuela, con Norma en México y en España con Pre-Textos y Editorial Milenio. Está radicado en México y su novela más reciente se llama “Leonora del Viento”.
Estima que el número de lectores de literatura es muy pequeño y siempre se mantiene. “En este caso, me refiero a la escritura entendida como un arte; no diferencio narrativa, de crónica, ensayo, etcétera”, refiere.
Explica que es muy difícil determinar cantidad de lectores en un país donde cada vez hay menos librerías. “Sé que la gente está leyendo mucho en redes sociales, pero no sé qué tan importante es esa lectura”.
Se pregunta qué es un lector, qué hace la literatura en un lector.
Piensa que la labor de Editorial Monroy es muy importante, y destaca también a OT Editores que edita poesía y también novela,
“Lo que están haciendo Sergio Dahbar y Carmen Verde”, entre otros, es muy importante en materia editorial, justo en un momento de crisis.
Se agradece también lo que hace el Taller Blanco en Colombia y LP5 en Chile. “Lo que está difícil no es escribir el libro sino imprimirlo, los costos de las imprentas son muy altos”. También está el trabajo que viene haciendo Marcelino Bisbal con Abediciones, en la UCAB.
La herencia literaria
Sobre la calidad de nuestras letras actuales, Santaella expone que se mantienen los estándares de calidad que han caracterizado históricamente a la literatura venezolana. “Hemos visto una explosión de jóvenes poetas venezolanos gracias al Premio Rafael Cadenas, y La Poeteca”, subraya el escritor.
Entre los nóveles escritores, aparte de rescatarse a sí mismo –y modestia aparte-se refiere a Salvador Fleján, Roberto Echeto, Juan Lebrún, Sofía Crespo, Víctor Manuel Pinto, y Jesús Montoya, entre otros. “Esa es una muestra de los jóvenes poetas, de los cuales algunos no han sido siquiera publicados”.
Hace 20 años hubo una insurgencia de jóvenes escritores –dice- de los cuales algunos se mantienen. “Hay muchos escritores que vienen de los 90 como Juan Carlos Méndez Guédez, que ha publicado con Editorial Ciruela”.
Remacha que es destacable la labor de Editorial Sudaquia, y Kalathos.
“Está difícil publicar en Venezuela. Yo he logrado publicar acá en México dos libros con Santillana”.
Fedosy Santaella hace énfasis en que hay una gran cantidad de escritores de calidad que tienen años trabajando, y si hubiese más andamiaje sería mejor. No sólo las editoriales, sino librerías, la prensa, etcétera. “Hay autores nuevos como Jacobo Villalobos que no han podido publicar. Está en el extranjero buscando publicar”.
El escritor desconoce qué se está leyendo en Venezuela. Tampoco está muy al tanto de la piratería, pero dice que es un fenómeno mundial.
Sobre las imprentas dice que está muy caro imprimir en Venezuela, pero estas empresas no tienen la culpa, piensa, pero esto obedece a un universo técnico “que yo soy incapaz de responder”, redondea.
Fomentar la lectura
De su lado de la página, Carmen Verde Arocha es escritora, poeta, editora, profesora de la UCAB, maestranda en el posgrado de Historia de Venezuela de la UCAB, directora-fundadora de la Editorial Eclepsidra desde 1994.
Explica que en Venezuela no existe actualmente una historia de la lectura, “ni tampoco en nuestras investigaciones hemos encontrado material al respecto”.
Como editora –sostiene- no puede afirmar qué tanto se lee en Venezuela, no tiene conocimientos de que existan esos estudios y estadísticas con referencias a las comunidades de lectores.
“La difusión de los libros debería consistir en fomentar la lectura. Por supuesto que la fundación La Poeteca ha hecho un trabajo loable en este sentido, y algunas otras fundaciones privadas que también publican libros y son parte vital de la diversidad de nuestro ecosistema editorial”, celebra algunos casos aislados.
Hay una realidad –reflexiona- que no podemos evitar: “las muy pocas librerías (que hacen un esfuerzo cada día para no cerrar) están colmadas de libros, las bibliotecas y las universidades ya no pueden recibir uno más, los depósitos de libros están abandonados al polvo y las polillas», señala Carmen Verde Arocha.
Y añade: «la migración ha facilitado el abandono de libros que no sabemos dónde están, no todos han tenido como destino las bibliotecas universitarias”. Ese es el enrevesado destino del arte de las letras en tiempos de la Inteligencia Artificial.
Carmen Verde Arocha prosigue con algunas líneas dolorosas: “Es lamentable, pero tenemos más libros que lectores. Hay lectores y también compradores de libros, son dos cosas distintas. Hay que formar lectores y esto ya pertenece al campo de la política cultural en la que debería intervenir el Estado, actores sociales y movimiento culturales».
«Formar nuevos lectores requiere estructuras, técnicas, herramientas e instrumentos para la planeación, organización y gestión, que en el siglo pasado teníamos”.
La editora descree que se pueda hablar en estos momentos de un auge de la lectura. Lo que sí puede existir –calibra- es un cierto entusiasmo, después de la pandemia por asistir a eventos culturales “y darnos a conocer y de apoyarnos entre nosotros”.
“El futuro de la lectura y el incremento de futuros lectores es difícil, sobre todo en un país donde los niños y jóvenes de las escuelas y liceos públicos asisten dos o tres veces a la semana a clases”.
El logro es la supervivencia
Verde Arocha dispara que las escasas editoriales que se iniciaron con el siglo apenas sobreviven. En un brevísimo resumen:
“De las que vienen del siglo XX y permanecen en el país: Editorial Eclepsidra (1994), Fondo Editorial Vertiente Continua- Diosa Blanca, Fondo Editorial Ambrosía, Ediciones Contextos, Editorial La Espada Rota, Ot. Editores, Editorial Blanca Elena Pantin».
Las que han emigrado: Grupo Alfa (Barcelona), Ediciones Ekaré (Venezuela-Barcelona).
De las que surgieron en este siglo XXI y tienen actividad en el país: Gisela Cappellin Ediciones, Editorial Itaca, Dcir Ediciones, Editorial Sergio Dahbar, Editorial Madriguera, Sultana del Lago, Ediciones Palindromus, Monroy Editor, Lector Cómplice.
“De las que migraron sus editores, pero tienen actividad fuera de Venezuela: Libros del Fuego, Editorial Kalathos España, Letra Muerta, Los Cuadernos del Destierro, Petalurgia, El Taller Blanco Ediciones, Sudaquia Editores, LP5 Editora, Grupo Ígneo.
Y por último las que cerraron sus puertas por distintos motivos. «Esta clasificación es apenas un esbozo de algo que amerita un estudio más cuidadoso”, toma precaución Verde Arocha.
Pero la escritora da buenas noticias: a pesar de la crisis, los autores venezolanos siguen produciendo obras de gran calidad.
“Seguimos recordando y celebrando a nuestros escritores. Las firmas que surgieron a mediados del siglo pasado y comienzo de este han sido merecedoras de importantes premios y celebraciones».
«Como diría Borges, las mejores antologías las hace el tiempo, por los momentos nosotros disfrutamos de un gran reconocimiento de nuestra literatura con el Premio Cervantes otorgado a nuestro poeta Rafael Cadenas”, desemboca en una de las pocas, pero muy grandes alegrías que los venezolanos hemos tenido recién.
Las trabas
Ahora bien, ¿Qué hay de las trabas que tiene el sector editorial vernáculo?
Carmen Verde Arocha dice con tristeza que son muchas, desde el 2013 comenzó una caída que aún no se detiene.
“Desde la falta de recursos por parte de las editoriales, la mínima y casi nula importación de libros, la escasa materia prima para la producción local de las obras, la migración, la pandemia entre otras, tienen al sector en un agotamiento difícil de recuperar en corto tiempo”.
“El asunto de la piratería es de largo alcance. No tenemos las suficientes leyes y apoyo gubernamental para evitar este fenómeno, que no es de ahora”.
“Las imprentas han ido cerrando, muchas se dedican a imprimir productos que no son necesariamente libros. Cada vez las editoriales imprimen menos, la pérdida del poder adquisitivo las ha obligado a migrar a las plataformas digitales».
En todo caso, creo que son las mismas imprentas las que podrían dar un mejor diagnóstico de su desarrollo actual”, analiza la experta.
Y da una amarga estocada final: “Sin duda alguna el mundo editorial venezolano y su mercado no puede compararse con el desarrollo editorial de otros países de la región.
Otrora (en las décadas de los 70, 80, 90) Venezuela fue un país vanguardia en la edición de libros, abrió las puertas a muchos autores extranjeros que publicaron con nosotros, Monte Ávila Editores fue una referencia en Hispanoamérica.
«Eran otros tiempos”, remata la cabecilla de Eclepsidra, con un dejo de decepción en el semblante.
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