Reuters
Los bancos centrales tienen problemas para establecer políticas de largo plazo
Educados con un pensamiento económico que limita la política monetaria al corto plazo, los banqueros centrales reunidos en la localidad estadounidense de Jackson Hole, en Wyoming, enfrentan un cambio singular.
La pregunta es si pueden convertirse en guardianes del crecimiento de largo plazo con programas que puedan continuar en el tiempo e influir a los mercados durante décadas por venir.
El debate, que se desarrolla en foros de análisis técnico y de políticas como el encuentro anual en Jackson Hole, podría augurar una ruptura con décadas de ortodoxia de los bancos centrales, que se ha apoyado en las tasas de interés de corto plazo como principal palanca.
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Esto, a diferencia de una serie de herramientas no convencionales que van desde apuntar directamente a cierto nivel de crecimiento al uso permanente de tasas de interés negativas o inyecciones masivas de dinero para estimular la inflación.
En la discusión, algunos funcionarios de la Reserva Federal de Estados Unidos ya cambiaron radicalmente su opinión de la política monetaria. A este debate se incorporará la presidenta de la Fed, Janet Yellen, cuando ofrezca su discurso de apertura de la conferencia anual del banco central.
El discurso de Yellen será observado para tener pistas acerca de la posibilidad de que la Fed eleve las tasas en el futuro cercano, pero el tema anunciado de la presentación es «la caja de herramientas» del organismo.
Esto podría echar luz sobre cuánto siente ella realmente que la política debería ser reformada ante lo que se ha aprendido desde la crisis financiera de 2007-2009 y la recesión que siguió.
Las políticas que se aplicaron entonces en general han permanecido intactas, para la sorpresa -y preocupación- de funcionarios como Yellen, que esperaban que Estados Unidos y los otros países regresaran a la «normalidad» económica previa a la crisis una vez que se disiparan diferentes «fuerzas en contra».
En cambio, la visión emergente es de un mundo diferente donde el crecimiento previsto es menor, la deflación sigue siendo un riesgo mayor que las alzas de precios, las empresas vacilan a la hora de invertir y la percepción de los individuos sobre el futuro está tan «ancladas» que es difícil moverla, por ejemplo, hacia una inflación más elevada.
Como el impacto de la política monetaria es tenue en su alcance de corto plazo sobre el crecimiento, y los gobiernos a nivel global dejan un vacío en temas de largo plazo como mejores políticas fiscales y de productividad, los banqueros centrales tienen problemas para determinar si, y cómo, intervenir con un papel distinto, de más largo aliento.
«Cuando dejé la Fed al comienzo de 2009, hablamos de que las tasas de interés estuvieran extraordinariamente bajas por algún tiempo. Dudo que alguien pensara que ‘por algún tiempo’ fuera a llevarnos seis, siete, ocho años», dijo Randy Kroszner, un ex gobernador de la Fed que ahora es profesor de economía de la Escuela Booth de Negocios de la Universidad de Chicago.
«Si a los bancos centrales se les está pidiendo hacer cosas de más largo aliento, ¿cuál es el esquema correcto (…) cuáles son la hoja de balance, las metas, las herramientas?», planteó.
Es una pregunta revolucionaria. Por más desacuerdo que tengan, los banqueros centrales coinciden en los rasgos generales de una cosa: que la política monetaria solo funciona en el corto plazo y no impacta en la dinámica del crecimiento y la productividad a largo plazo.
Las tasas de interés negativas se han convertido en parte de la política de crisis en Europa y Japón, pero los economistas de la corriente principal empiezan a allanar el camino para que pasen a ser opciones de política permanentes.
De acuerdo con los analistas de Bank of America, el volumen de deuda soberana con tasas negativas asciende a unos 8 billones de dólares y los bancos centrales de todo el planeta poseen 25 billones de dólares en activos financieros, una suma mayor que la producción económica de Japón y Estados Unidos juntos.
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