«Pueden estar pasando cosas horrendas, pero también maravillosas». El barítono Gaspar Colón resume las contradicciones de una Venezuela ensombrecida por la crisis y a la vez con destellos como el musical «Los Miserables» que ilumina estos días el teatro en Caracas.
Acaba la función y el público aplaude de pie al reparto totalmente venezolano que entonó piezas como «Soñé una vida» o «La Canción del Pueblo» entre enormes escenografías.
El show alumbró la Sala Ríos Reyna del Teatro Teresa Carreño, emblemática para los caraqueños, hasta hace poco apagada por el colapso económico de Venezuela.
El musical basado en la novela de Víctor Hugo ha sido un éxito que pone frente al espejo a muchos en este país, donde unas 200 personas han muerto durante protestas desde 2014 y, según la ONU, más de 4 millones han emigrado por la debacle.
Hay un público «profundamente identificado» con lo que pasa en el escenario, comenta Colón, intérprete de Javert, el implacable policía que persigue a Jean Valjean en el clásico de Víctor Hugo de 1862 y el musical que triunfa desde la década de 1980.
«Como buen clásico se adapta a cualquier época, pero ahorita a nosotros nos viene de maravilla», dice Gabriela Oropeza, cineasta de 43 años que asistió al espectáculo.
En una economía paralizada, llevar «Los Miserables» a Caracas ha sido «un acto de rebeldía», dice la productora Claudia Salazar, enamorada de esta pieza desde que la vio por primera vez en Nueva York hace dos décadas.
El costo de las entradas oscila entre 30 y 65 dólares, frente a un salario mínimo equivalente a unos 15 dólares mensuales.
– «Locura contagiosa» –
A Salazar muchos le decían que estaba «loca» cuando hace tres años solicitó los derechos de «Los Miserables».
Viendo al público ovacionar al elenco, dirigido por el argentino Mariano Detry y avalado por los dueños de la obra en Londres, celebra que «la locura» sea «contagiosa».
«Ahora estamos todos enloquecidos (…), estamos resistiendo y tratando de ser rebeldes ante una situación que pretende ponernos cabizbajos», declara en alusión a las dificultades financieras y logísticas para montar una obra de esta magnitud en plena crisis.
El Teatro Teresa Carreño, complejo de administración estatal que fue referente en América Latina al fundarse en 1983, está lejos de sus mejores días.
El sistema de aire acondicionado estaba dañado. La producción invirtió para recuperarlo, pero aún así el aforo se redujo de 2.500 a 1.400 personas por función para tener una temperatura adecuada.
Con sus butacas manchadas y fallas de mantenimiento, la Ríos Reyna, la sala principal, había recibido en tiempos recientes más actos políticos del oficialismo que danza, teatro o espectáculos.
«Los Miserables», en cuyas audiciones participaron 700 artistas, ha sido en cierto modo un recordatorio de sus tiempos de luz.
Ricardo Skenazi, estudiante universitario de 21 años, disfrutó la experiencia en una ciudad castigada por altos índices de criminalidad: «Es vivir, por un momento, en un país normal».
– «Llorábamos» –
La Francia de principios del siglo XIX dice mucho a la Venezuela del siglo XXI, según público y reparto.
«En los primeros ensayos, la carga emotiva fue enorme (…). Llorábamos», cuenta Mariana Gómez, quien cumple el rol de madame Thenardier.
Se sintió especialmente impactada al preparar la escena de las barricadas, cuando los rebeldes de París de 1832 son masacrados.
«Nos toca mucho (…). Hay muchos dolientes», asevera Gómez refiriéndose, sin mencionarlos expresamente, a los manifestantes fallecidos en Venezuela. El crudo momento es rematado con la representación de la libertad, una mujer a contraluz, que arranca una ovación.
Para Salazar, el afiche de «Los Miserables» colgado en el teatro «es un decreto del país posible».
A fin de cuentas, expresa Gómez, «la visión» de Víctor Hugo es que «siempre hay esperanza».