Lula está preso, ¿y ahora qué pasa en Brasil?
Después de 52 horas históricas cargadas de giros inesperados, el expresidente de Brasil Luiz Inácio Lula da Silva ingresó este sábado en una prisión de Curitiba ante un país dividido entre quienes le aman y le odian, pero que nunca le pierde de vista.
Figura clave de la historia reciente de Brasil, y del continente, Lula se definió en 2007 como una «metamorfosis ambulante». Por entonces era el gobernante obrero que se entendía con el mercado y antes había sido el niño pobre que había vencido al hambre para saltar de la fábrica al palacio presidencial (2003-2010).
A los 72 años, Lula comienza ahora la vida de presidiario y, aunque todavía es pronto para saber si algún recurso puede liberarlo a corto plazo o cómo se adaptará, nadie duda de que no pasará desapercibido.
«Desde la cárcel va a continuar ejerciendo su influencia y podrá explotar también el simbolismo de la victimización, como señaló en su discurso», añadió.
Lula da Silva respaldado por miles de seguidores brasileños
Durante su último pronunciamiento en libertad, el exlíder sindical dejó numerosos mensajes. Comunicador brillante, Lula estuvo flanqueado gran parte del tiempo por los jóvenes precandidatos de izquierda Manuela d’Ávila, quien a duras penas contenía el llanto, y Guilherme Boulos, líderes del Partido Comunista do Brasil (PCdoB) y del alternativo PSOL, respectivamente.
Para ambos tuvo palabras sobre sus futuros prometedores, que contrastaron con las menciones mucho más protocolarias de quienes podrían sustituirle como candidato al frente de su Partido de los Trabajadores (PT) en las próximas elecciones.
Todavía es muy prematuro, sin embargo, hablar de la eventual unión de un progresismo tan fracturado como el brasileño.
Con Lula en prisión y su participación en las elecciones prácticamente inviable, se abre la carrera por hacerse con el capital electoral de quien era el líder destacado en las encuestas.
Y, pese a que la mayoría de sus rivales se han mostrado cautos en las primeras horas, los movimientos tras la detención del patriarca de la izquierda pueden decidir el nombre del próximo presidente.
Pero, como ha venido ocurriendo en los últimos años frenéticos en Brasil, todo puede cambiar en cuestión de horas.
Si el miércoles en la mañana parecía que Lula podría esquivar la prisión durante meses, el jueves se determinó que debía ingresar en menos de un día. Ya el viernes llegó a pensarse que no obedecería y el sábado, tras anunciar finalmente que se entregaría -aunque tarde-, estuvo a punto de quedar retenido en el sindicato por la pasión de sus seguidores.
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