Mercaderes de chatarra, la nueva faz de los cruces fronterizos con Venezuela
Agobiados por las penurias, se lanzan por trochas clandestinas sombreadas por la maleza. Van en procesión hacia Colombia y maldiciendo con su carga a cuestas. Son una muchedumbre de venezolanos transformados por la crisis en mercaderes de chatarra y mugre.
María nació hace 52 años en Colombia, pero desde pequeña vive en San Antonio de Táchira, Venezuela. Según cuenta a la AFP, no hace mucho que se desprendió del vehículo con el que se ganaba la vida, porque ya no había repuestos ni tampoco tenía dinero para comprarlos.
Ahora avanza a pie, resoplando de cansancio, por uno de los 30 pasos ilegales que, según la policía colombiana, conectan Venezuela con la ciudad colombiana de Cúcuta, cerca del Puente Internacional Simón Bolívar, que une a los dos países y cuyo tránsito solo está habilitado para personas.
Madre soltera de dos hijos, María se las arregla para mover una carretilla con bultos de «mugre». Dentro lleva la chatarra que recogió en cualquier lugar porque ya no «hay con qué comprarla», y en la mochila un poco de aluminio también para la venta.
Con lo que recibe pretende comprar harina para hacer arepas, papa, zanahoria y ajos. Apenas lo necesario para sostenerse unos días antes de que, muy a su pesar, deba atravesar de nuevo la trocha.
«Yo entro aquí con chatarra, con esta mugre, pero cuando ya la vendo paso por el puente de regreso para mi casa. Entro con la chatarra por la trocha para que no me la quiten» en los controles, dice, exhausta, esta mujer que prefiera dejar su apellido en reserva.
Cruzar legalmente de una nación a otra no requiere de mayores permisos para quienes viven cerca de la línea divisoria.
– Carne –
A sus espaldas pasan jóvenes y viejos con bultos de basura metálica, algunos en harapos y otros con el torso desnudo. Los más afortunados llevan la carga en carros de mano, mientras los demás pasan casi que doblados por el peso.
El colapso de la economía del país petrolero ha llevado a estos venezolanos a meterse por estos caminos que han conocido tráficos más valiosos, como el de la subsidiada gasolina de Venezuela.
Pero ahora también cruzan piezas metálicas, cajas de plástico, neumáticos y cualquier objeto que pueda ser llevado por estos parajes que el calor del mediodía pareciera calcinar.
«Lo hago por necesidad, no me agrada este trabajo, es muy pesado para mí…cargarme un bulto de esos». María gimotea antes de enmudecer.
A diario unas 40.000 personas pasan por el Simón Bolívar, una de las dos vías habilitadas para el movimiento de colombianos y venezolanos, sostiene Migración Colombia.
Sin embargo, es imposible calcular cuántas cruzan por las trochas ilegales en los 145 km que conectan a Venezuela con Cúcuta. Los pasos clandestinos se multiplican a lo largo de la frontera de 2.200 km.
Aunque históricamente ha habido contrabando de combustible, el deterioro de la actividad en Venezuela ha dado lugar a nuevos tráficos, a raíz de la asfixiante mezcla de hiperinflación y escasez de productos básicos.
«Hemos incautado gran cantidad de carne en lo corrido del año», afirma el coronel Francisco Gelvez, subcomandante de la policía en Cúcuta.
Según el oficial, la falta de controles sanitarios facilita el sacrificio de ganado en Venezuela y el consecuente comercio de carne al lado colombiano «a un precio muy bajo», pero con riesgo para la salud.
Solo en Cúcuta hay alrededor de 2.000 policías a cargo de la vigilancia fronteriza. Además del inusual trasiego -añade Gelvez- deben hacer frente a la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN) y bandas armadas que extorsionan a los mercaderes.
– «Éramos felices» –
Dayana Pirela casi que desaparece entre las siete cajas de plástico que carga. Menuda, de 29 años y con estudios universitarios inconclusos, esta venezolana debió dejar su oficio como vendedora de ropa cuando la crisis comenzó a apretar.
«Éramos felices y no sabíamos (…) Hoy mi vida es reciclando, cargando potes, peroles, chatarra, lo que encontremos en las calles», señala esta joven madre de dos niños menores de diez años.
Dayana se ve forzada a moverse por las trochas ante la imposibilidad de conseguir un empleo en Colombia.
Al igual que muchos otros venezolanos, temprano se interna en la clandestinidad para luego, en la tarde, pasar por el puente Simón Bolívar con un mínimo de productos básicos.
Mientras están en las trochas maldicen a viva voz al gobierno de Nicolás Maduro, a quien culpan de la grave crisis en Venezuela.
En medio del forcejeo por el poder con la oposición, el mandatario descarga toda la responsabilidad en sus adversarios y dice ser víctima de una conspiración aupada por Estados Unidos. La tensión se agudizó con el envío de ayuda humanitaria estadounidense que espera en Cúcuta la orden de los opositores para cruzar.
Dayana se mira así misma con tristeza, pero ya no repara en las vías para sobrevivir.
«Las trochas de hoy son la manera de vivir de nosotros, el sustento para poder comer», afirma antes de descargar su plástico en un puesto de venta.
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