#NotaEditorial: Los riesgos presentes que enfrenta la banca venezolana
Apoyar el crecimiento de la banca, en condiciones adecuadas de rentabilidad, es indispensable si se quiere crecer económicamente en los niveles necesarios para que esa expansión sea socialmente rentable.
La utilidad neta acumulada hasta abril de 2024 de la banca venezolana reporta un descenso de -13,91% en comparación con el mismo período de 2023, y se ubicó en 4.809,55 millones de bolívares, un resultado que consolida una tendencia que se ha evidenciado en lo que va del ejercicio anual.
Como consecuencia de diversas circunstancias que afectan el funcionamiento del sistema bancario, los indicadores de rentabilidad también se han debilitado. Así tenemos que el Rendimiento sobre Patrimonio (ROE) fue de 21,7% al cierre de abril, apenas 0,3 puntos por encima del reportado en marzo y, lo más preocupante, 22,2 puntos inferior al reportado en el mismo mes del año pasado.
Si nos detenemos en el indicador de Rentabilidad sobre el Activo (ROA), el margen es muy bajo y se ubica en 4,2%, un descenso de 5,5 puntos en comparación con el reportado en abril de 2023.
Hay que decir claramente que la banca sigue siendo rentable como negocio, a pesar del impacto de un entorno complejo, tanto de mercado como regulatorio, pero esa rentabilidad viene en descenso desde 2022, lo que evidentemente debe indicar una señal de revisión del entorno en el que opera actualmente la banca venezolana.
En consecuencia, hay que preguntarse por qué se está registrando este proceso, cuyas implicaciones deben ser analizadas para tomar las decisiones que viabilicen un cambio urgente en la tendencia de estos indicadores.
Son varios los factores que han incidido en la disminución del resultado neto de la banca y, consecuentemente, de su rentabilidad, tanto de la generada por la gestión del activo como por la derivada del patrimonio.
Entre los factores principales que tenemos para explicar esta situación de la banca, el primero es definitivamente un tipo de cambio anclado, prácticamente estático en una cotización de 36,50 bolívares por dólar a lo largo de los últimos meses.
Obviamente, esta apreciación inducida del tipo de cambio -que es en la práctica una política de anclaje, cuyo fin evidente es servir de contención a la inflación- afecta profundamente la rentabilidad de la intermediación financiera, debido a que la cartera de crédito de la banca está indexada, afectando directamente sus ingresos.
Esto implica, para decirlo en términos muy concretos, que el otorgamiento de créditos no permite obtener una rentabilidad adecuada y de allí se deriva, por ejemplo, que la proporción de los ingresos generados por la actividad crediticia sobre los ingresos totales del sistema haya retrocedido de 50% promedio en abril de 2023 a 31% en el mismo mes de este año.
Si bien es cierto que la estabilidad cambiaria es positiva es muchísimos aspectos, para la economía, tiene un impacto negativo en la generación de ingresos para la banca, lo que afecta más a unas instituciones que a otras, pero lo más relevante es que desestimula la intermediación crediticia indispensable para apalancar el crecimiento de la economía.
Otro punto no menos importante es que la banca tiene casi dos años sin poder ajustar su estructura de comisiones por transacciones y servicios, de manera que los ingresos operativos tampoco pueden compensar la caída de los ingresos por intermediación financiera.
Este factor, por supuesto, ha incidido de una manera importante en la disminución de la rentabilidad sobre el activo de la banca en 5,5 puntos al cierre del último año reportado, como ya se ha anotado más arriba.
También es de precisar que la disminución de los ingresos por cartera de créditos ha impactado de manera importante en la disminución de la utilidad neta de la banca y su menor incidencia en el patrimonio del sistema, este último indicador ha reportado una disminución nominal del 7% en los primeros cuatro meses del año.
En resumen, esta tendencia debe ser revertida porque es posible que se continúe debilitando la estructura patrimonial del sistema y ello sí implicaría una situación compleja que aún se está a tiempo de evitar con flexibilizaciones regulatorias indispensables.
Una de estas medidas, quizás la prioritaria y con aplicación inmediata es ajustar las comisiones que ya llevan más de dos años sin revisión además de iniciar un proceso de reducción del encaje legal que está generando una grave situación de iliquidez en el sistema, lo que no solo restringe la capacidad crediticia, sino que genera un costo de cobertura del déficit de encaje extraordinariamente elevado.
De hecho, la cobertura de los déficits de encaje, conocida como Cofide, tiene un costo muy importante para la banca que se expresa en una tasa promedio del primer cuatrimestre superior al 43%, la cual se deriva de los préstamos que la banca recibe del Banco Central de Venezuela para cubrir sus déficits de liquidez. Hay que señalar que este costo ha llegado a ser aún más elevado.
En definitiva, hay que preguntarse qué puede hacer esta economía con un crédito bancario que apenas equivale a 2% del PIB, cuando debería representar como mínimo un 10% en las condiciones actuales del país.
Estamos muy lejos de pretender generar una matriz de opinión alarmista e irresponsable sobre la situación de la banca venezolana.
Tenemos datos incuestionables que nos hablan de una gestión eficiente y conocemos planes muy importantes para incorporar servicios aún más efectivos, con herramientas tecnológicas de última generación, lo cual, aparte de elevar la calidad de servicio, implica también una mayor rentabilidad potencial.
En general, los resultados siguen siendo positivos. La banca venezolana es en esencia solvente, con solidez patrimonial y unos estándares de gestión que han evolucionado muy positivamente, tanto en el sector público como privado.
Pero, es importante advertir a tiempo los inconvenientes para que se adopten los correctivos necesarios y así evitar males mayores. Apoyar el crecimiento de la banca, en condiciones adecuadas de rentabilidad, es indispensable si se quiere crecer económicamente en los niveles necesarios para que esa expansión sea socialmente rentable.
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* El autor es economista cum laude, director general de Aristimuño Herrera & Asociados y de Banca y Negocios.
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