Opinión | José Aristimuño: Información, desinformación y democracia
El discurso del presidente Obama en la Universidad de Stanford en abril, prácticamente simultáneo a la compra de Twitter por parte de Elon Musk, invita a la reflexión sobre el uso de las tecnologías de la información y las comunicaciones en favor o en contra del modo de vida estadounidense y de la democracia en general.
Las palabras de Barack Obama dejan clara constancia de su preocupación sobre la magnitud del poder de influencia que representan las redes sociales y la amenaza del uso distorsionado de la información sin ningún tipo de coto.
Comparto con Obama la preocupación acerca de la necesidad del equilibrio de los poderes para la protección de la democracia. El Estado y la empresa privada deben tener suficiente poder para actuar, pero no tanto que tengan en su mano los derechos fundamentales de los ciudadanos.
La separación, los controles y contrapesos a estos poderes son necesarios con el fin de garantizar que ninguno de ellos, sea público o privado, imponga su dominio sobre los otros. Si permitimos que esta forma de dominación ocurra, el espíritu y razón de ser de nuestra constitución perdería su papel fundamental en cuanto a la regulación de los poderes y la protección del pueblo estadounidense.
La influencia que han demostrado tener las redes sociales en general, y Twitter en particular, en la formación de opinión a través de la difusión de noticias falsas, propaganda y desinformación da qué pensar. Captación de datos personales y cuentas automatizadas (bots) han sido herramientas para la difusión indiscriminada y la tergiversación de los contenidos creados por los usuarios y evidencian los riesgos de un poder de manipulación social apoyado en las tecnologías de la información más allá de todo límite.
Esta situación tiene precedente en las elecciones presidenciales de 2016 en Estados Unidos, cuando las redes fueron la herramienta para difundir desinformación y desmovilizar el voto demócrata en condados clave.
El caso de la reciente compra de Twitter por Musk, de quien se considera que tiene el toque de Midas, tiene el potencial de hacer de esta plataforma (preferida por un gran número de periodistas y personas públicas) la red de noticias más grande del mundo y con mayor influencia en el mercado, los gobiernos y las campañas electorales.
Además de introducir cambios hacia la monetización y mayor presencia de contenidos visuales —que se enfoca en la captación de un tramo generacional más joven, de 18 a 25 años— se plantea, al menos como declaración de intenciones, la verificación de que las cuentas pertenecen a humanos reales (y la consecuente eliminación de los bots), el uso de algoritmos de código abierto y la implementación de normas contra la difusión de noticias falsas y la instigación al odio.
De cierta forma, la de Musk es una posición compatible con la preocupación que viene planteando Obama y de ninguna manera atenta contra la libertad de expresión, derecho prácticamente sagrado del pueblo estadounidense. Estamos a favor de la manifestación de la opinión, mas no la tergiversación de la información para desinformar y manipular a la sociedad.
Sin embargo, no sabemos la profundidad de esta compatibilidad de las posiciones Obama-Musk, pues el potencial de Twitter no ha de perderse de vista. Hay una línea demasiado fina entre el control de la información que se considere falsa y la censura.
Los debates son saludables, y que desde una plataforma se tenga el poder de controlar la opinión pública en temas de economía, gobierno o relaciones internacionales sigue siendo peligroso para nuestro concepto de democracia.
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