Rafael tiene en casa un «cementerio de pimpinas», botellas plásticas llenas de gasolina que revendía ante la escasez de combustible que castigó por más de una década a Maracaibo, capital petrolera de Venezuela.
Ser «pimpinero», comenta este hombre a la AFP reservando su verdadero nombre, era el «oficio más lucrativo» en esta ciudad del estado Zulia (fronterizo con Colombia), pero todo cambió hace un par de meses: el suministro de gasolina se regularizó.
Muchos celebraban «un milagro de La Chinita», en la que los microtraficantes proliferaron por la falta de combustible, que provocaba kilométricas filas de vehículos frente a gasolineras militarizadas y esperas de días enteros.
«Me alegro de que se le acabara el negocio a los ‘pimpineros’. Eran unos ladrones. ¿Cómo es posible que vivieran de desangrar las estaciones de servicio para desangrarte a ti?», dice Antonio Cosentino, de 45 años, entrenador en un gimnasio, quien sin embargo teme que la gasolina vuelva a escasear tan súbitamente como reapareció. «Quiero ver cuánto va a durar esto», interpeló.
Hasta la apertura de gasolineras con tarifas dolarizadas en 2020, el combustible llegó a ser casi gratuito en Venezuela, con precios congelados por años pese a una demoledora inflación. Un huevo en un supermercado costaba en 2019 el equivalente a la insólita cifra de 90 millones de litros de gasolina.
Así el contrabando desde Venezuela hacia Colombia se disparó y dejó secas las zonas fronterizas.
El desplome de la producción petrolera profundizó la sequía, extendida a todo el país en medio de sanciones de Estados Unidos. La oferta venezolana tocaba piso en 2020: 400.000 barriles diarios, ocho veces menos que 10 años antes, y la capacidad de refinación funcionaba a solo 12% de su potencial de 1,3 millones de barriles diarios.
La escasez era tan severa que la dirección del contrabando cambió, y empezó a venderse gasolina colombiana en Venezuela.
Zulia, donde hace 100 años comenzó la explotación petrolera venezolana, era epicentro del problema.
– De funcionaria a ‘pimpinera’ –
La escasez trajo «colas interminables» en las gasolineras, pero «el que estaba ‘enchufado’ con los militares o los policías, podía entrar tranquilamente», cuenta a la AFP Mariana (nombre ficticio), de 46 años, madre de dos hijos.
Harta, recuerda que aplicó la máxima ‘si no puedes contra ellos, úneteles’.
«Trabajé mucho tiempo con militares y policías, ofreciéndoles dólares por cada viaje» a las gasolineras, relata Mariana desde Chile, país al que emigró tras la caída del «negocio» de la reventa. «De 40 litros que te permitían comprar, usabas 20 para tu consumo y 20 para vender», recuerda.
Ganaba 26 dólares mensuales en una oficina pública, pero podía hacer 80 en un día revendiendo combustible.
Con carteles de cartón al costado de las carreteras, los ‘pimpineros’ ofrecían 25 litros de gasolina -el «punto» en la jerga de los revendedores-, a unos 25 a 30 dólares.
Rafael, dueño de un puesto de comida, recibía gasolina de militares: «A mí me la traían. (…). Me dejaban hasta 100 litros diarios».
Zulia, el estado más poblado de Venezuela con 5 millones de habitantes, sufre frecuentes apagones, lo que agravaba las consecuencias de la escasez, pues la gente tiene pequeñas plantas eléctricas propias que funcionan con gasolina o gasoil.
– «Increíble» –
La llegada en mayo de 2020 de cargueros de Irán con gasolina ayudó a sortear el pico de la crisis. La producción de crudo también subió, aunque está estancada entre 600.000 y 700.000 barriles diarios.
Las refinerías se reactivaron. El abastecimiento se normalizó en Caracas y mejoró, poco a poco, en el resto del país, aunque es intermitente.
Hoy, «nuestras refinerías abastecen el mercado nacional», aseguró este miércoles en un encuentro con la prensa el ministro de Petróleo, Tareck El Aissami.
La reventa quedó desplazada a aislados parajes fronterizos. «Le escribí a todos los ‘clientes’ para ver si me apoyaban con un empleo», cuenta Rafael, quien piensa en unirse, como Mariana, a los más de seis millones de migrantes venezolanos que estima la ONU. «Si no consigo (empleo), me tocará irme a Colombia».
Su desdicha es la dicha de otros.
«Parece increíble que podamos ‘echar’ gasolina así, tan fácil», festeja Eliana Hernández, trabajadora bancaria de 29 años. «Lo que sea que haya pasado espero que sea para siempre. (…) Yo no me podía dar el lujo de pagarle a los pimpineros».