Radiografía del hambre (José Guerra)
Las Universidades Central de Venezuela, Católica Andrés Bello y Simón Bolívar dieron a conocer la Encuesta de Condiciones de Vida correspondiente a 2017. Esta encuesta se realiza en vista que el INE tiene más de dos años que no publica las cifras sobre la pobreza y otros indicadores sociales. Los números que se derivan de esa encuesta son alarmantes: el 87,0% de los hogares son pobres y la pobreza extrema alcanzó ese año a 67%. Es decir, cada nueve de diez hogares no cuenta con ingresos suficientes para adquirir la canasta de bienes y servicios en tanto que siete de cada diez hogares no cuenta con ingresos para comer adecuadamente. Esto representa una catástrofe humana. La pobreza es la consecuencia de dos factores, la hiperinflación y la contracción de la economía. La falta de alimentos ha llevado a un fenómeno que no se había visto en Venezuela: el consumo masivo de yuca amarga lo que ha derivado en la muerte de más de veinte personas, especialmente niños, cuyos organismos son más vulnerables para resistir los componentes venenosos de ese producto. Igualmente, refleja la prensa que entre 2017 y lo que va de 2018 han fallecido más de quince niños por desnutrición.
Los datos relativos a la ingesta de alimentos son aterradores. La comida del venezolano se ha venido moviendo hacia los tubérculos y los carbohidratos en desmedro de las proteínas. Hay familias que en un año no han comido un gramo carne de res, menos de pescado. El rubro de mayor consumo en Venezuela dejó de ser la harina de maíz enriquecida con hierro y elementos del complejo B para ser ocupado por el arroz y la yuca. El efecto de la hiperinflación sobre el consumo de alimentos es devastador. El 89,0% de los hogares reporta que sus ingresos no les alcanzan para adquirir la comida necesaria para alimentarse diariamente. Ello se ha traducido en el hecho que el 63,0% de los hogares haya informado que ha tenido que recortar al menos una comida al día. El impacto es mayor cuando se considera que el 80,0% de los hogares expresó que sus integrantes comieron menos en 2017 que en 2016.
El hambre está haciendo estragos en la población. El 61,0% de los hogares informó que se acuestan con hambre porque a la hora de la cena la cantidad de alimentos es insuficiente. Como consecuencia de todo lo anteriormente narrado, el 64,0% de los integrantes de los hogares encuestados perdió peso, cuantificado en 11,4 kilogramos durante 2017. Hoy los venezolanos pesan menos y tienen menos tamaño. Este dato es conmovedor.
Cuando se analiza las hambrunas ellas siempre han estado asociadas a guerras y a los rigores de la naturaleza, como prolongadas sequias o inundaciones, entre otros fenómenos. En Venezuela ello no es así. Acá la hambruna es la consecuencia de un modelo socialista o en transición hacia el socialismo, que destruyó los incentivos para producir, que acabó con la producción agroalimentaria y de paso generó una hiperinflación. Productores que sabían producir y que abastecían adecuadamente al mercado para bien de los consumidores, fueron sustituidos por unos burócratas que nunca han tenido contacto con la producción de nada y lo que hicieron fue liquidar el esfuerzo de años y de generaciones de hombres y mujeres que si saben producir. Una estructura cívico-militar se apoderó de los principales centros de producción y los llevó a la ruina. El hambre que hoy sufrimos los venezolanos no se causó por generación espontánea, sino más bien por un modelo destructivo manejado por una cúpula inepta y corrompida.
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