Rusia conmemora sin pompa centenario de la Revolución
Rusia conmemora con pocos fastos el centenario de la Revolución de Octubre, sismo político crucial del siglo XX, ya que el Kremlin teme dar una imagen positiva a un cambio de régimen por la fuerza.
La revolución «siempre aporta sangre, muerte, destrucción y desastres», y los rusos conocen «el valor de la estabilidad», declaró un responsable de la conmemoración del centenario, Serguei Naryshikn, director del Servicio de Inteligencia Extranjera (SVR) y presidente de la Sociedad Rusa de Historia.
En 1917, el país atraviesa una serie de episodios revolucionarios que desencadenan en la caída del último zar, Nicolás II, en marzo, y siete meses más tarde en la toma de poder de los bolcheviques, dirigidos por Lenin, que crean en 1922 la Unión Soviética sobre las ruinas del imperio ruso.
Un siglo más tarde, la herencia de esa revolución no es simple de llevar en un país que avanza poco en sus labores de memoria y todavía muy marcado por 70 años de régimen soviético.
La Rusia de hoy en día es un reflejo de estas contradicciones: el zar Nicolás II, asesinado con su familia por los bolcheviques, fue canonizado en el 2000 por la poderosa Iglesia ortodoxa. Pero Lenin, jefe de los bolcheviques e implacable perseguidor de la Iglesia ortodoxa, sigue enterrado en su mausoleo en la plaza Roja.
Mientras el aniversario de la Revolución era celebrado por todo lo alto durante la era soviética, con un inmenso desfile militar en la plaza Roja el 7 de noviembre (el 25 de octubre del calendario juliano en vigor en 1917), este año el programa del centenario es mucho más modesto.
Las pocas conmemoraciones para el gran público serán, según las autoridades, la ocasión para poner de relieve la unidad nacional y la reconciliación, evitando tratar los temas sensibles.
El comité creado para las celebraciones refleja la prudencia del presidente Vladimir Putin en el tema: incluye a personalidades independientes y críticas del poder, ministros y responsables de la Iglesia ortodoxa, pero no hay ningún miembro del Partido Comunista actual o representante de la tendencia monárquica.
Están previstas cientos de manifestaciones, como conferencias, mesas redondas, exposiciones o festivales, que abordarán los acontecimientos «contradictorios» de 1917, según el copresidente del comité, el historiador Anatoli Torkunov.
Serguei Naryshikn fijó en 2016 la línea general a seguir: este aniversario «no está hecho para organizar acontecimientos solemnes o para festejar», sino para «sacar lecciones».
‘Abordar cuestiones dolorosas’
Estas «lecciones», para el Kremlin, son claras: se trata de prevenir cualquier atisbo de contestación al poder por parte de la calle, aún menos a pocos meses de la elección presidencial de marzo de 2018, en la que nadie duda que Putin se presentará para un cuarto mandato.
Vladimir Putin se ha esforzado, desde su llegada al poder, en reconciliar la sociedad y la memoria nacional. No quiere ahora decantarse entre la Rusia zarista, de la que elogia la estabilidad y los valores tradicionales, y la Rusia soviética, de la que es un puro producto.
«Las más altas autoridades del Estado han tratado en varias ocasiones la necesidad de reconciliar los ‘Rojos’ y los ‘Blancos’. Y para ello, se necesitan abordar cuestiones dolorosas. Pero se tiene que constatar que esta reconciliación nunca tuvo lugar», destaca el historiador Vladislav Axionov.
Elegido presidente por primera vez en el 2000, Vladimir Putin se felicitó entonces por el primer cambio de dirección a la cabeza del país «sin golpe de Estado, ni putsch, ni revolución».
Y este credo sigue impregnando la política internacional del Kremlin, su rechazo a las «revoluciones de color» en Georgia y Ucrania, y su desconfianza hacia la primavera árabe.
El miedo de las autoridades a que se reproduzca una revolución en Rusia se traduce en el cada vez más fuerte control en las actividades políticas y en las manifestaciones de la oposición, prohibidas en la mayor parte de los casos y que terminan en cientos de arrestos.
Más del 70% de los rusos consideran que hoy en día es imposible llevar a cabo una acción de protesta con connotaciones políticas en su ciudad. Y si se diera, más del 80% responde que no participarían, según una reciente encuesta del centro Levada.
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