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22/07/2017 10:33 AM
| Por Adair Turner /Project Syndicate

¿Se está tornando irrelevante el crecimiento de la productividad?

Como señaló en 1987 el Premio Nobel de Economía Robert Solow, las computadoras están “en todas partes, menos en las estadísticas de productividad”. Desde entonces, el misterio de la “paradoja de la productividad” no ha dejado de crecer. La automatización ya eliminó muchos empleos; ahora los robots y la inteligencia artificial parecen traer consigo la promesa (o amenaza) de cambios todavía más radicales. Pero en todas las economías avanzadas, la productividad se desaceleró; en Gran Bretaña, hoy la mano de obra no es más productiva que en 2007.

Algunos economistas atribuyen esta desaceleración a poca inversión de las empresas, falta de capacitación de la mano de obra, obsolescencia de las infraestructuras o exceso de regulaciones. Otros señalan amplias diferencias de productividad entre los fabricantes industriales líderes y los rezagados. Hay incluso quien pone en duda que la tecnología de la información sea realmente tan potente.

Pero es posible que haya que ir a buscar la explicación todavía más hondo. Conforme las sociedades se enriquecen, tal vez sea inevitable una desaceleración de la productividad y que las cifras de PIB per cápita nos digan cada vez menos sobre el bienestar real de las personas.

El modelo mental habitual que aplicamos al crecimiento de la productividad está moldeado sobre la transición de la agricultura a la industria. Comenzamos con cien agricultores que producen cien unidades de alimento: luego el progreso tecnológico permite a cincuenta producir la misma cantidad, y los otros cincuenta se van a las fábricas a hacer lavarropas, autos o lo que sea. De este modo, la productividad general se duplica, y puede volver a hacerlo: cuando la agricultura y las fábricas se vuelven más productivas, algunos trabajadores encuentran empleo en restoranes o en servicios de atención de la salud. Damos por sentado que el proceso puede repetirse para siempre.

Pero también hay otras dos trayectorias posibles. Supongamos que los agricultores, más productivos, no quieren lavarropas o autos, sino que emplean a los cincuenta trabajadores excedentes como personal doméstico mal pago o como artistas mejor remunerados, para la provisión de servicios interpersonales difíciles de automatizar. Entonces, como sostuvo en 1966 el fallecido William Baumol, profesor de la Universidad de Princeton, el crecimiento general de la productividad se irá reduciendo lentamente a cero, incluso si en la agricultura nunca se detiene.

O supongamos que veinticinco de los agricultores excedentes se convierten en delincuentes y los otros veinticinco en policías. Entonces el bienestar social no mejorará en lo absoluto, aun cuando las mediciones de productividad aumenten (suponiendo que el valor de los servicios públicos se mide, como es convención estándar, por el costo de los insumos).

El crecimiento de actividades de servicios difíciles de automatizar puede explicar en parte la desaceleración de la productividad. Su amesetamiento en Gran Bretaña refleja una combinación de la automatización acelerada en algunos sectores y el veloz crecimiento de empleos de baja productividad mal remunerados (por ejemplo, el personal de reparto en bicicleta que trabaja para Deliveroo). En Estados Unidos, la Oficina de Estadísticas Laborales informa que ocho de los diez tipos de trabajo que más crecen corresponden a servicios poco remunerados, por ejemplo atención personal y asistencia sanitaria doméstica.

Pero puede que el crecimiento de actividades de “suma cero” sea todavía más importante. Basta un breve repaso de la economía para ver cuánta mano de obra talentosa se dedica a actividades que no aumentan de ningún modo el bienestar social, sino que sólo suponen competencia por el pastel económico ya creado. Son actividades ya omnipresentes: servicios legales, policía y prisiones; el ciberdelito y el ejército de expertos que defienden a las organizaciones contra él; las regulaciones para tratar de evitar la venta fraudulenta de servicios financieros y los cada vez más numerosos encargados de cumplimiento normativo empleados en respuesta a eso; los enormes recursos que se destinan a las campañas electorales en Estados Unidos; servicios inmobiliarios que sólo facilitan el intercambio de activos ya existentes; y gran parte de la actividad financiera.

Muchas de las actividades de diseño, creación de marca y publicidad no aportan nada en esencia. Que todo el tiempo haya modas nuevas compitiendo por nuestra atención no tiene nada de malo: la creatividad humana y la posibilidad de elegir son valiosas en sí. Pero no hay motivos para suponer que los diseños y marcas de 2050 nos harán más felices que los de 2017.

Esas actividades de suma cero siempre han sido significativas, pero su importancia crece conforme nos acercamos a la saciedad en muchos bienes y servicios básicos. En Estados Unidos, los “servicios financieros y empresariales” ya suponen el 18% del empleo, cuando en 1992 eran el 13,2%.

El efecto sobre las mediciones del PIB y la productividad se origina en las convenciones de contabilidad nacional. Si la gente destina una parte mayor de sus ingresos a competir por viviendas escasas, encareciéndose así las propiedades y los alquileres, el PIB y la “productividad” aumentan, porque el alquiler de viviendas se incluye en el PIB, aun cuando la oferta agregada de alojamiento no cambia. Desde 1985, la proporción que suponen los alquileres en la economía británica se duplicó, del 6% del PIB al 12%.

Asimismo, que haya más abogados de divorcio mejor remunerados aumenta el PIB, porque sus servicios los pagan consumidores finales. Pero que haya más abogados comerciales mejor remunerados no aumenta las cifras de producción, porque los gastos legales de las empresas son un costo intermedio. La proliferación de actividades intermedias de suma cero frena las mediciones de productividad, mientras que otras actividades de suma cero inflan el PIB pero no mejoran el bienestar.

Es posible que la tecnología de la información compense este efecto al mejorar el bienestar de las personas en formas que no se reflejan en las mediciones de producción. El comercio electrónico y los motores de búsqueda en Internet ahorran a los consumidores una millonada de horas que antes destinaban a llenar formularios, hacer llamadas telefónicas y esperar en fila. Hay servicios de información y entretenimiento valiosos que se dan gratis.

Contra lo que sostienen algunos economistas de derecha, esos servicios gratuitos no restan importancia al aumento de la desigualdad de ingresos. Si los costos de alquiler y traslado aumentan como consecuencia de una competencia intensa por propiedades bien situadas, no se los puede pagar con un “excedente del consumidor” gratuito. Pero la idea central sigue siendo importante: muchas actividades que generan mejoras del bienestar no aparecen en el PIB.

De hecho, puede ocurrir que la medición del PIB y las mejoras del bienestar terminen yendo por carriles separados. Imaginemos en 2100 un mundo en el que robots impulsados por energía solar, fabricados por robots y controlados por sistemas de inteligencia artificial, producen la mayoría de los bienes y servicios generadores de bienestar. Toda esa actividad supondría una cuota insignificante de la medición del PIB, simplemente por ser tan barata.

A la inversa, casi la totalidad de la medición del PIB reflejaría actividades de suma cero o difíciles de automatizar (alquiler de viviendas, premios deportivos, la remuneración de actuaciones artísticas, regalías de marcas, costos administrativos, legales y políticos). Las mediciones de productividad casi no crecerían, pero tampoco tendrían relación con mejoras del bienestar.

Todavía falta mucho para eso. Pero la tendencia en esa dirección puede ayudar a explicar la reciente desaceleración de la productividad. Las computadoras no aparecen en las estadísticas de productividad precisamente por lo potentes que son.

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