"¿Estamos seguros?": Sentimiento agridulce de cientos de venezolanos en la frontera de EEUU
El presidente Joe Biden intenta desincentivar el flujo migratorio con programas especiales para tramitar asilo y visas en los países de origen.
Después de semanas de recorrer peligrosas rutas, cientos de venezolanos vivieron momentos agridulces este sábado al llegar a Eagle Pass, en la frontera de Estados Unidos con México, y encontrarse con un tupido enjambre de militares armados y alambre de púas.
«¿Estamos seguros?», preguntaba la venezolana Karlen Ramírez, quien lloraba luego de haber cruzado el río Grande (o río Bravo), frontera natural que separa ambos países y haberse abierto camino entre el alambre junto a cientos de compatriotas que huyen de su país, inmerso desde hace años en una profunda crisis económica, social y política.
Eagle Pass, una ciudad de Texas con casi 30.000 habitantes, ha sido durante décadas uno de los puntos a los cuales miles de migrantes llegan a Estados Unidos en busca de una oportunidad.
Junto a un campo de golf que se extiende por debajo de uno de los puentes que conectan México y Estados Unidos, autoridades estadounidenses colocaron rollos de alambres de púas, el último obstáculo para los migrantes en su travesía hacia el «sueño americano».
«Me asusté cuando vi esto», dijo Luis Durán. «Pensé que nos iban a maltratar», agregó este venezolano de 37 años que alternaba el llanto y la sonrisa nerviosa luego de cruzar el alambre en un hueco por el cual este sábado entraron más de 500 migrantes, en su mayoría venezolanos.
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«Nos han robado en otros países, nos han maltratado», comentó Durán, que cojeaba porque se lastimó un tobillo al lanzarse del tren en cuyo techo cruzó parte de México junto a dos hermanos y tres sobrinas.
En el río Grande, «unos hombres armados intentaron llevarse (raptar) a mi sobrina», dijo entre lágrimas mientras abrazaba a la niña de 7 años.
«Pero Venezuela es peor, tenemos miedo de estar allá». «Ahora estamos más tranquilos, ahora que estamos aquí está todo mejor», dijo su hermana Lexibel Durán, de 28 años, madre de tres hijas, antes de ser abordados por las autoridades fronterizas.
«No hay comparación»
Desde octubre del año pasado, las autoridades de Estados Unidos han interceptado a 2,2 millones de migrantes en la frontera sur, según datos del gobierno. Una cifra que demuestra el desafío que enfrenta Washington en materia migratoria.
El tema divide a la sociedad estadounidense y es usado políticamente por republicanos y demócratas para atacarse mutuamente.
Con las tensiones aumentando en el conservador estado de Texas, Alejandro Mayorkas, secretario de Seguridad Nacional de Estados Unidos, debe reunirse este sábado con la presidenta de Honduras, Xiomara Castro, en la también fronteriza ciudad de McAllen para discutir sobre migración.
La administración de Joe Biden ha enfrentado críticas tanto de republicanos como de demócratas por esta crisis. El presidente ha intentado desincentivar este flujo migratorio con programas especiales para tramitar asilo y visas en los países de origen.
Y en el terreno, las autoridades aplican estrategias disuasivas. Este sábado un convoy militar estadounidense llegaba para reforzar con personal y más alambre los huecos que los migrantes han hecho para entrar en Estados Unidos en los últimos días.
Retazos de ropa cuelgan de las púas, imagen que ilustra la determinación de los migrantes. Muchos de ellos han tenido que cruzar la peligrosa selva del Darién, en Panamá, han caminado cientos o miles de kilómetros o se han subido en el techo de algún tren para llegar a Estados Unidos.
Por eso, un alambre de púas no les cortará el paso. Excavan agujeros para pasar por debajo o hacen huecos para cruzar con cuidado ante la mirada de militares, que solo actúan cuando ya han superado este último obstáculo.
Los soldados entregan entonces a los migrantes a la patrulla fronteriza, apostada unos metros después.
«Esto aquí», dijo Dileidys Urdaneta, una venezolana de 17 años, señalando el alambre, «no es nada, porque lo que hemos vivido, lo que hemos pasado, es muchísimo peor. Y lo que dejamos atrás, ni se diga, no hay comparación».
La adolescente llegó a Eagle Pass este sábado solo con documentos, un teléfono sin batería y la ropa que vestía, pero cargada de fe de que ahora todo «solo puede ser mejor».
«Todos somos venezolanos», dijo Jesús Ramírez, quien desplegó una pequeña bandera tricolor de su país. «Todos nos vamos, todos menos uno, el que tendría que irse», en referencia al presidente de Venezuela, Nicolás Maduro.
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