Smolansky aviva lobby contra Maduro desde Washington
Cuando se emitió una orden de detención el año pasado en su contra, el joven alcalde opositor David Smolansky se escondió antes de afeitarse su reconocida barba y huyó en secreto por la selva del sur del país al vecino Brasil.
Ahora, Smolansky se ha establecido en Washington como parte de un creciente grupo de exiliados venezolanos que presionan por un endurecimiento de la postura internacional en contra del presidente Nicolás Maduro, en medio de la dramática crisis económica del país.
Sin embargo, el exlíder estudiantil y periodista de 32 años ha estado viviendo en un extraño limbo desde que dejó la nación petrolera, acosada por la escasez de alimentos, las enfermedades y una inflación de cuatro dígitos.
“Mucha gente cree que ‘ya se fue, entonces ya está bien’. El exilio también es difícil. No estás preso, pero tampoco eres libre, porque no puedes volver a tu país”, dijo en una reciente entrevista el exalcalde del suburbio de El Hatillo, en Caracas.
Su exilio tiene un giro particularmente amargo: sus abuelos judíos escaparon de la ex Unión Soviética, y después su padre huyó del comunismo de Cuba a Venezuela.
“Soy la tercera generación que tiene que emigrar”, explicó Smolansky, de voz ronca, que dijo que su padre le enfatizó que el exilio no debía quebrarlo.
Smolansky pasa gran parte de su tiempo reuniéndose con funcionarios del gobierno del presidente Donald Trump y diplomáticos internacionales para presionar por más sanciones de Estados Unidos y Latinoamérica contra el gobierno de Maduro.
“Mi foco es que Venezuela es una amenaza para la región”, dijo a Reuters cerca de K Street, la céntrica calle conocida por su industria de cabildeo.
Smolansky también está en contacto con otros exiliados venezolanos, incluyendo el exalcalde de Caracas Antonio Ledezma, quien huyó del arresto domiciliario el año pasado a través de la porosa frontera colombiana y ahora está en España.
El joven exalcalde, que pertenece a la línea dura del partido Voluntad Popular, está de acuerdo con la decisión de la coalición opositora de no participar en las elecciones presidenciales del 22 de abril, que han sido criticadas internacionalmente por deficiencias democráticas.
“Esto no es una elección, esto es una adjudicación”, dijo Smolansky, destacando que las principales figuras de la oposición están inhabilitadas para buscar un cargo de elección popular y la autoridad electoral es abiertamente progobierno.
La huída
En agosto, al final de cuatro meses de protestas antigubernamentales, el Tribunal Supremo de Justicia, también visto por los críticos como proclive al gobierno, emitió un orden de detención en contra de Smolansky señalándolo de permitir que jóvenes manifestantes encapuchados tiraran piedras y bloquearan vías en El Hatillo.
Smolansky sabía lo que se venía: el jefe de Voluntad Popular, Leopoldo López, ha estado tras las rejas desde el 2014 bajo los cargos de avivar la violencia callejera, y media docena de alcaldes opositores también han sido enviados a prisión.
“En Venezuela, todos tenemos un número. Lo que varía es cuándo cae la guillotina”, dijo Smolansky.
Inmediatamente se escondió, incluso con muchos de sus más cercanos colaboradores desconociendo su paradero. Moviéndose entre varias casas seguras, Smolansky dormía durante el día para estar alerta en caso las autoridades intentaran atraparlo al amparo de la oscuridad.
Pasó las noches solitarias escribiendo, leyendo y viendo deportes, con su mochila siempre lista por si tenía que huir.
Treinta y cinco días después, luego que la disidente exfiscal general, Luisa Ortega, y los magistrados opositores lograron salir exitosamente del país, Smolansky decidió hacer lo mismo.
Se afeitó la barba, se puso lentes, se colocó un sombrero, y utilizó el documento de identidad de otra persona. Huyó a través de la remota selva sureña de Venezuela -una región plagada por el contrabando de gasolina y la minería ilegal de oro- para llegar a la frontera con Brasil.
De forma sorprendente, dijo haber pasado por 35 puntos de control y fue bienvenido en Brasil, cuyo presidente conservador Michel Temer es un fuerte crítico de Maduro.
Cuando Smolansky llegó a Washington en noviembre, sus amigos de la infancia lo dejaron durante tres meses, mientras encontraba su equilibrio. Ahora tiene una oficina, se presenta con frecuencia en eventos de centros de pensamiento, y tiene algunos ingresos por trabajos de consultoría.
Aún así, la vida cotidiana en la abundancia de Estados Unidos sigue siendo un amargo recordatorio de la penuria en Venezuela.
“Aquí tienes arroz blanco, arroz integral, arroz negro”, dijo Smolansky riéndose antes de ponerse serio. “En Venezuela, no hay arroz”.
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