Tres caras de una misma Venezuela: Hambre, conformismo y opulencia
El día a día del venezolano se ha convertido en un capítulo de cualquier serie de supervivencia de NatGeo. Hay ciertas palabras —como cauchos, repuestos, harina, arroz y carnet— que lograron dominarnos y someternos como el león a su presa. La calidad de vida del venezolano es una utopía y la inflación, que está muy cerca de viajar «a la velocidad de la luz», se ha intensificado.
A pesar de que el panorama no es prometedor, parece que dentro de un mismo país hay espacio para numerosas realidades económicas, mientras unos hurgan la basura para comer una vez al día, otros se empapan de champaña y degustan caviar. La división de clases siempre ha existido, pero en la patria nueva, los pobres son más pobres, los ricos de siempre son menos ricos y otros acumularon fortunas de dudosa proveniencia en un abrir y cerrar de ojos.
Familia 1: Los Quispe
El Señor Quispe nació en Perú, pero llegó a Caracas en la adolescencia. Se residenció en la parroquia de La Vega y allí echó raíces. Trabaja como mesonero particular para eventos privados y sus ingresos en un buen mes son de aproximadamente Bs. 200.000,00. Su esposa se dedica al hogar y tiene un hijo varón de 17 años.
“En las vacaciones de navidad mandé a mi hijo mayor y a mi señora para Perú, allá tengo familia que los recibió. Mi hijo consiguió trabajo en una pescadería y ganaba un buen sueldo. Tanto así que le daba para comer en la calle con su mamá todos los días y ahorrar. Aquí eso es inimaginable. Quiero que se gradúe de bachillerato para irnos, allá tengo casa y oportunidades de trabajo, una hermana con un restaurante del cual me puedo hacer cargo”.
Este padre de familia, asegura que gasta todo lo que ingresa en comida y que, a pesar del gasto, a veces quedan con hambre. “No es como antes, que en la casa siempre había una galletica o un pan para ‘amortiguar’. Ahora solo se compra lo que se come y nunca quedan sobras. En mi casa se cubren los gastos básicos: comida, luz, internet, gas y transporte. No tenemos seguro médico, no tenemos carro, ya no salimos a pasear y suspendimos el servicio de televisión por cable”.
Familia 2: Las Rodríguez
Mariela Rodriguez tiene 28 años y vive en casa con su hermana menor, su mamá y su abuela. Todas tienen ingresos que superan levemente el sueldo mínimo, todas colaboran con los gastos y la comida se compra en mercaditos locales en donde los precios son un poco más accesibles.
Mariela creció en un hogar de clase media que disfrutaba de algunos lujos ocasionales y hoy ha sido testigo de la desmejora de su calidad de vida. Las salidas al cine solo se hacen durante los lunes populares y las golosinas pasan “encaletadas” en la cartera.
“Tengo años que no me como unas cotufas de la caramelería, siempre las hago en casa con maíz natural. Es que hasta dejamos de tomar refresco, una bebida que era sagrada para mi familia. Ahora las comidas se acompañan con agua. Las raciones que se sirven son mucho más pequeñas y los almuerzos más sustanciosos se hacen los fines de semana, pero nada de salir a comer a la calle como antes”.
Las Rodríguez están aseguradas, sin embargo recientemente sufrieron un episodio con un familiar mayor que se enfermó y fue atendido en un C.D.I. por no tener seguro médico, ni dinero para costearse las comodidades de una clínica.
“En líneas generales, la gran parte del sueldo va para pagar la comida o reparaciones de electrodomésticos y carros que siempre se dañan. La comida que se compra no es abundante, la nevera ya no se ve como antes”.
Familia 3: Los Conectados
Las muestras de opulencia sobran en las redes sociales: yates, champagne, fiestas, sushi, viajes a Miami, Aruba y Europa. Sin embargo a la hora de hablar y dar testimonios, todos parecen recordar su espíritu recatado y discreto.
Esta nueva clase social no tiene idea de que para comprar harina de maíz se debe hacer cola, ellos se acostumbraron a hacer mercados en Curazao, usando sus aviones privados, o en cualquier local itinerante que venda productos importados a precios de joyería. La inseguridad no les preocupa, pues viajan con un séquito de escoltas e hicieron de sus casas unas verdaderas fortalezas impenetrables.
Para las mujeres de esta clase social, la peluquería es un requisito inquebrantable, como para los hombres lo es la botella de whisky en el restaurant de carne. El Señor de la casa compró iPhones 7 para toda su familia, incluyendo a sus hijos de 10 y 11 años.
“Trabajé por una temporada dando clases de inglés en un colegio de la ‘Ivy League’ de Caracas y en ese tiempo construyeron cajas fuertes en la entrada de cada salón, para que los niños dejaran los celulares bajo llave durante su permanencia en el lugar. Las salidas parecían una feria tecnológica de Japón, esas criaturas tenían celulares mejores que el mío”, comenta preocupada una docente.
Estimar los gastos de este tipo de familias parece misión imposible, pues los ingresos son tan absurdamente abultados; tanto así, que el sueldo del Señor Quispe, de quien hablamos al principio de este artículo, puede parecerles una buena propina para dejar una tarde después del banquete.
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