Enrique González*
Trump y sus amenazas: ¿Se avecina una Guerra Comercial?
Ya el año 2016 asomaba evidencias de que en los grandes bloques económicos y comerciales se podría estar gestando un riesgo de una guerra regulatoria y diplomática que podría derivar en una guerra comercial. Las correlativas acciones sancionatorias de Bruselas en contra de Apple y luego de Washington contra el Deutsche Bank –más allá de la eventual validez de las acciones regulatorias-, así como el terreno ganado políticamente en países desarrollados por posturas nacionalistas y populistas; asomaban que el juego político suele poseer reglas propias, incluso divorciadas a las leyes de la economía.
Finalizando el año 2016 e iniciando el año 2017, el presidente electo de los Estados Unidos, Donald Trump, a escasos días de asumir el cargo, ha enviado señales y amenazas a empresas manufactureras –especialmente en el sector automotriz- respecto a su intolerancia a la deslocalización y en contra de exportaciones hacia los Estados Unidos desde centros productivos foráneos. En concreto, Trump ha amenazado con imponer altas barreras arancelarias a las importaciones de bienes terminados –como los vehículos- en contra de empresas americanas o extranjeras que estén invirtiendo y produciendo en otros países para luego exportar hacia los Estados Unidos.
Para cualquier persona con un mínimo de cultura económica, la existencia de costos de oportunidad relativos, explicaría y ha determinado la deslocalización de muchas actividades manufactureras de sus centros originarios. La Ley de las Ventajas Comparativas, basada en la especialización del trabajo, de la producción y del intercambio en aquellas actividades y productos con menores costos de oportunidad; explican y justifican el comercio.
Tales ventajas (o desventajas) comparativas pueden resultar exógenas o constituir dotaciones fijas –por ejemplo la extensión y los tipos de calidad de las tierras- o endógenas y no predeterminadas –como el poder de compra de la demanda doméstica o la productividad del trabajo aunada esta última a la rigidez en la movilidad de los factores- , pudiendo explicar el acercamiento o por el contrario, el distanciamiento y la deslocalización de la actividad económica de ciertos centros de producción industrial. En este sentido, el premio Nobel de Economía del año 2008, Paul Krugman señala que existen fuerzas centrípetas y centrífugas que coadyuvan a centralizar o a deslocalizar, respectivamente, la actividad manufacturera de sus regiones de origen:
Fuerzas Centrípetas: | Fuerzas Centrífugas: |
Vinculaciones, Relacionamiento Vertical, y Economías Verticales | Factores inmóviles |
Mercados Densos y Profundos | Alquiler del suelo |
Conocimientos indirectos, knowledge spillover effects, y otras economías externas puras | Congestión, Ineficencias-X y otras deseconomías puras |
Si bien un Gobierno podría trabajar en mejorar las ventajas comparativas endógenas o no predeterminadas; lo anterior jamás resta vigencia a la Ley de las Ventajas Comparativas y a los beneficios derivados del comercio. De hecho, esta lógica explica igualmente la existencia del comercio intraindustrial entre los países, un ejemplo, el sector automotriz a nivel mundial.
Una eventual deslocalización industrial producto de una especialización internacional del trabajo, y un comercio internacional a partir de esta; generaría eficiencias productivas que se traducen en mayor producción a menores costos, y en consecuencia mayores beneficios para las empresas y potenciales menores precios que generarán mayores niveles de excedente del consumidor a lo largo de todos y cada uno de los países involucrados. En este sentido, toda especialización de la producción basada en los menores costos de oportunidad relativos permite aumentar el bienestar social total –de todo el planeta-.
Más allá, tal suerte de especialización no tiene por qué constituir un juego suma cero, sino que por el contrario podría llevar a los participantes de la especialización y el comercio a situaciones de bienestar superiores (en ello, así como en el extraordinario avance en las comunicaciones y el transporte, así como en lo político en el fin de la Cortina de Hierro se ha basado la hasta ahora indetenible globalización y los esfuerzos en el seno de la Organización Mundial del Comercio por continuar eliminando las barreras al comercio). Vale decir que toda relación comercial, voluntaria, bien entre individuos o naciones, implica beneficios para ambos, perfeccionando lo que se conoce como un juego suma positivo –de lo contrario no se verían involucrados en dichos intercambios-. El comercio permite movilizar bienes de usos de bajo valor hacia aquellos de alta valorización.
Una forma de ver y concebir el beneficio derivado del comercio internacional lo destaca el premio Nobel de Economía del año 1993, Douglass North señalando que el beneficio del comercio lo constituye las importaciones, mientras que las exportaciones representan los costos en los que habría que incurrir toda vez que la contraparte en el comercio requerirá ser compensado o pagado por sus esfuerzos productivos-exportadores[1]. Esto significa que un país determinado está valorando el producto que importa y en consecuencia debe exportar para poder generar los medios y recursos por medio de los cuales pagarlo. De aquí se deriva una de las mayores proposiciones fundamentales del comercio internacional: en el largo plazo, las importaciones son pagadas por las exportaciones y en consecuencia cualquier restricción sobre las importaciones determinará una reducción en las exportaciones.
Si bien empresarios y trabajadores podrían lograr bloquear la competencia, por ejemplo vía incremento de los aranceles contra las importaciones, en sectores manufactureros transables; habrán desplegado esfuerzos y conquistado objetivos estrictamente propios, individuales o en favor de reducidos grupos de interés nada relacionado con altruismo o beneficios colectivos, ni siquiera con el bienestar nacional. North afirma que el costo neto de proteger ciertos puestos de trabajo en Estados Unidos de la competencia foránea, en términos de pérdidas de eficiencias y rentas en favor de los consumidores, ha podido ascender, en el caso particular del sector del acero a 750.000 US$ por puesto de trabajo-año.
Tales políticas proteccionistas no son nuevas y encuentra un notable ejemplo en los Estados Unidos durante la crisis del 29, cuando un año después de su inicio fue aprobada la Smoot-Hawley Tariff Act que incrementó en promedio los aranceles pagados por las importaciones al 52%. Tal acción pública perfeccionaba una política de “empobrecer al vecino” contra el resto del mundo. Quienes profesan este tipo de políticas pretenden mejorar –cuando menos una porción- de la economía doméstica a expensas de los países socios comerciales. En el caso de la Smoot-Hawley Tariff Act fue impuesto mayores aranceles para disuadir las importaciones de productos de sectores manufactureros transables que competían directamente, con la intensión de beneficiar a los productores domésticos. Sin embargo, esta política de “empobrecer al vecino” fue inmediatamente adoptada por el Reino Unido, Francia, Holanda y Suiza; lo que según muchos economistas empeoró la depresión económica mundial.
En este sentido, Jeffrey Sachs comenta que la magnitud de la crisis económica del 29 pudo deberse a la falta de liderazgo en el momento por parte de las potencias líderes y de continuados conflictos entre países que profundizaron una situación de dilema del prisionero entre las grandes economías. Equivalente a una ausencia de liderazgo podría ser un mal liderazgo que por razones políticas más que económicas, lleven a varios países a actuar en contra del comercio internacional.
Así las cosas, incluso el Premio Nobel de Economía del año 2001, Joseph Stiglitz, quien ha realizado numerosas observaciones al proceso de globalización señala que aún cuando Trump podría pensar sacar ventaja de una guerra comercial, el hecho cierto es que una guerra de este tipo no constituye un juego suma cero y “Estados Unidos pierde también” (artículo publicado en el portal de El Nacional el 13-01-2017: Incertidumbre Trumpiana. Joseph Stiglitz).
Sin embargo, Trump, aún después de su victoria en las elecciones continúa apelando a la preocupación e interés de cierta clase trabajadora americana por “conservar” sus puestos de trabajo en el sector manufacturero (sentimiento equivalente al que en el Reino Unido parece haber determinado el éxito del Brexit en la consulta popular). Mark Twain señaló en su momento por qué el libre comercio gana en argumentos y sin embargo el proteccionismo gana los votos: sus diferentes grupos de interés y sus poderes relativos de negociación y de presión.
En paralelo a sus advertencias, Trump ha ido asomando y nombrando empresarios como miembros de lo que sería su gabinete ejecutivo y ministerial. Si concebimos a las políticas públicas como un juego de reparto de rentas -más allá de su objetivo normativo de proteger la eficiencia y crear riqueza-, los consumidores americanos tendrían la de perder en este caso por encontrarse atomizados, aun cuando no queda del todo claro el efecto sobre los propietarios de las compañías –por ejemplo las automotrices americanas- dada la pérdida de eficiencias y al hecho que ya las “tres grandes” no son 100% americanas. Cabe preguntarse ¿Es que en Estados Unidos no existen las condiciones o pueden diseñarse políticas basadas en incentivos para que se produzca inversión en sectores rentables y productivos –especialmente cuando ponderamos que este país muestra bajos niveles de desempleo por lo que podría implicar elevados costos de oportunidad el forzar conservar el empleo en sectores poco eficientes-?
El hecho que en los años ochentas las automotrices japonesas hayan “aceptado voluntariamente” cuotas de exportación de vehículos hacia los Estados Unidos o que en la actualidad automotrices americanas y extranjeras acepten echar atrás planes de inversión en sus plantas ubicadas fuera de Estados Unidos no implica que no se esté lesionando la eficiencia, el comercio, al consumidor americano e incluso a los beneficios de las propias automotrices –entre ellas las americanas-. Lo mismo aplicaría en el caso de acuerdos de comercio compensado, especialmente a lo largo de sectores y agentes económicos ubicados en sectores distintos entre sí. Una cosa es lo que los economistas denominados modelos de equilibrio parcial y otra muy distinta modelos de equilibrio general.
El economista francés del siglo XIX Frederic Bastiat aseguraba que la diferencia entre un buen y un mal economista radica en que el segundo sólo valora los efectos visibles e inmediatos, mientras que el primero no sólo valora estos efectos directos de las políticas públicas sino que igualmente advierte sobre los efectos secundarios.
En promedio cabría esperar que cada empleo u hora de trabajo perdido en el sector exportador destruido por el proteccionismo contra el comercio internacional posea mayor valor que el puesto de trabajo o la hora de trabajo protegida por la política comercial restrictiva, por el simple hecho de que el costo de oportunidad en términos de productividad y eficiencia perdida en los sectores exportadores resultaría mayor –así como por la disponibilidad de pago por parte de la demanda foránea por las exportaciones “nuestras”-.
Un tema interesante, asomado por Stiglitz en su artículo, radica en que no todos los países dependen o se encuentran igualmente impactados por su comercio exterior. Resulta cierto por un lado que el peso relativo del comercio exterior de los Estados Unidos respecto a su PIB no es tan relevante como para otros países, especialmente aquellos en vías de desarrollo o con modelos de desarrollo basados en las maquilas para la exportación, y por el otro lado es posible que el interés del “resto” del mundo por la demanda americana otorgue alguna ventaja de negociación y amenaza a este país. Sin embargo, lo anterior no desvalida la lógica del comercio internacional como un juego de suma positiva –si quiere imagine el contrafactual de un mundo autárquico donde todos los países tendrían que supeditar su nivel de consumo a su frontera técnica de posibilidades de producción-.
Una cosa es pretender enviar señales para crear una reputación de fuerte, así como “acompañar” cuando menos con el discurso a aquellos adeptos y base política, y otra muy distinta desatar una guerra comercial que terminaría perfeccionando una lesión económica generalizada. Para no pecar de ingenuos, tampoco queda claro o evidente cómo podría forzarse una regla de reparto del beneficio del comercio internacional en favor de los Estados Unidos por medio de la amenaza al intercambio y en favor de la inversión en actividades poco eficientes.
Adicionalmente existe tanto el costo como el riesgo de ineficiencias propias de un mal diseño o de desatinadas acciones públicas-regulatorias. Cómo se instrumentará una política basada en las amenazas arancelarias mencionadas. Con base en cuál información pasarán las empresas el examen que le aplique la administración Trump para exportar a Estados Unidos. ¿No estará sometida la administración Trump a los problemas clásicos informacionales de selección adversa y peor aún de riesgo moral imponiendo vía coerción incentivos perversos para utilizar recursos en actividades ineficientes? Asumirá el cargo y veremos a favor de quienes se inclina la balanza en la toma de decisiones públicas. Igualmente respecto a la promesa de Trump de actuar contra la OPEP y sus potenciales efectos, ganadores y perdedores sugerimos leer nuestro artículo Donald Trump y la OPEC.
*Ex-presidente de la Cámara Automotriz de Venezuela (CAVENEZ) Economista UCV. Postgrados en Economía en Kings College London, BarcelonaGSE, Universidad Pompeu Fabra, Universidad Autónoma de Barcelona, Universidad Carlos III de Madrid. Profesor de Economía Gerencial UNIMET.
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