Mercedes E. Rojas Páez Pumar @merce_rojas
Los que se quedan y los que se van: Testimonios de venezolanos en el exterior
Conseguir los testimoniales para este artículo fue tan sencillo, que entristece. Todos los venezolanos tienen una parte importante de sus afectos viviendo en otras fronteras, hablando idiomas ajenos, adoptando culturas, cultivando nuevas amistades e intentando hacer de sus pocos metros cuadrados un hogar.
Sus historias, esas que construyen a distancia, empiezan cuando el avión despega rumbo a un destino que se elige casi a dedo. Aprenden a cambiar unos problemas por otros, esos que existen cuando hay espacio para el desarrollo y la ciudadanía. No es fácil para ellos y no es menos complicado para los que dejan atrás. Estar lejos de la patria, de casa, supone un acto de coraje, una tonelada de esfuerzo, un poco de desapego y un montón de ganas.
Venezolanos: apoyándose en la distancia
María Fernanda Parra es una odontóloga y endodoncista de 28 años. Sus estudios de postgrado la llevaron a salir temporalmente de Venezuela, pero su salida definitiva se concretó después de su matrimonio en 2016: “Joven, recién casada y graduada de una especialidad me parecía bastante difícil surgir, independizarme y ahorrar”, me cuenta desde Chile, el país que la recibió hace pocos meses.
“Mis razones para emigrar fueron principalmente la inseguridad y la crisis económica. Tener la experiencia previa de vivir en cualquier otro país, ser libre, no tener que preocuparme al caminar de noche, usar el transporte público sin miedo, algo que duele no poder hacer en mi país”.
El proceso de trámites duró meses y transcurrió entre colas interminables y largas madrugadas de espera en el Consulado de Chile. “Soy de nacionalidad chilena y tener un RUT (cédula) me ayudó a agilizar el proceso una vez que llegamos a Santiago. Logramos mudarnos a un apartamento después de varias semanas, éramos rechazados por no tener vida crediticia, ni un tiempo considerable de experiencia laboral en nuestro nuevo destino. Debía presentar un examen para revalidar mi título de pregrado en odontología y poder ejercer legalmente en Chile. Pasé los dos primeros meses estudiando”.
Después de algunos meses, Mafe, como es conocida por sus allegados, consiguió un trabajo de asistente en una clínica odontológica. Allí fungió como asistente, secretaria, encargada y hasta administrando las cuentas de redes sociales del lugar.
Para ella lo más duro es estar lejos de su familia y a pesar de tener algunos meses viviendo en el Sur, no termina de sentirse como en casa: “Esta semana recibimos una mudanza con muchas de nuestras pertenencias, con ellas empezaremos a formar un hogar. Creo que pronto, podré sentirme como en casa”.
Sus amigos venezolanos en Chile han sido de gran ayuda. La recibieron y albergaron durante los primeros días, que suelen ser los más duros. “El venezolano en donde esté, siempre va a apoyar a su hermano. Lo se, lo he vivido en otros países”, concluye.
Diseñando un futuro desde lejos
Alana Diaz es una joven diseñadora que se fue a tierras muy lejanas después de concluir sus estudios en 2010. “Me vine a Alemania con la idea de seguir estudiando, pero poco a poco las cosas en mi país empeoraron y no quise regresar. La inseguridad me aterraba”.
La llegada fue compleja, en otro idioma, uno al que muchos temen por su rigidez. “No sabía hablar nada de alemán, pero me hice entender en inglés hasta que poco a poco fue agarrando el hilo. Los alemanes fueron muy amables, me hicieron sentir bienvenida y me enseñaron a sobrevivir el invierno”.
Conseguir un trabajo e instalarse no fue una experiencia traumática, sin embargo la emigración siempre trae obstáculos consigo: “No tener a mi familia y amigos cerca es muy duro. Perder el día a día con tu gente. Te ves realmente solo cuando tienes un problema, a veces ni siquiera puedes contarle a tu familia a distancia para no preocuparlos. Hasta el idioma es complejo, aunque lo domino, no es lo mismo que poder expresarte en tu lengua materna”.
Cada país tiene sus problemas, en Alemania no hay una inseguridad desenfrenada ni una escasez galopante, pero tampoco es perfecta: “Hay cosas con las que lidiar. Vives aquí con la cabeza puesta allá. Al levantarme lo primero que hago es leer noticias de mi país y a pesar de que aquí está mi residencia y mis cosas, no termino de sentirme en casa. Me hace falta salir del trabajo y visitar a mis papás, llamar a mi abuela o tomarme un café con mis amigas, esas de toda la vida que te conocen más que nadie”.
Ante la emigración, buena cara
Oriana Lozada tiene pocos años de haber concretado sus estudios universitarios. Hace 4 meses salió con su título de comunicador social rumbo a Panamá. La razón muy particular que la llevó a tomar la decisión fue la presión de su familia y su novio. “Quizás mis padres tuvieron un poco más de visión a futuro. Yo tengo 23 años y tenía en mi país un trabajo que me gustaba, mis necesidades estaban cubiertas. También tenía a mi novio fuera y tenía gran parte del camino recorrido. Se me hizo más fácil, sola quizás no me lanzo”.
“En Venezuela el día se me acababa muy rápido, pues tenía miedo de estar en la calle. Salir fue enfrentarme a muchos sentimientos: la ilusión de comenzar de cero y el miedo a lo desconocido”. Oriana hizo caso omiso a las experiencias y cuentos de los demás y decidió enfrentar el reto con buena cara, con una actitud positiva el recibimiento fue siempre bueno. “Había escuchado muchos casos de coterráneos rechazados en Panamá, pero cuando llegué fue muy diferente. Me hicieron sentir bienvenida”.
Su novio fue su gran apoyo, él ya había tanteado el terreno y lo había abonado para su llegada. “Hay gente que llega y no tiene idea de dónde comprar jabón, a mi me guiaron”.
A pesar de tener una llegada amena, la distancia hace de las suyas: “Veía a la gente en redes sociales feliz, la vida había continuado para ellos y yo estaba tan lejos. Me daba rabia no poder compartir esos momentos con ellos. Te cuestionas, te pasan muchas cosas por la mente. Los próximos meses llegaron llenos de depresión, llegaba triste a mi casa en las noches, todos los días me afectaba. Hasta el 4to mes no me sentí como en casa. Ahora camino por las calles y me siento tranquila aquí”, concluye.
Buscando paz mental con los Incas
Después de su matrimonio en 2014, Oriana Montilla se fue a tierras peruanas con su recién estrenado esposo. Para ella la vida en pareja y la emigración llegaron con el mismo boleto de avión. “Me fui en busca de una mejor calidad de vida, de un lugar donde caminar tranquila, donde la plata me alcance, donde no viera y escuchara rojo por doquier. Me fui buscando un lugar donde el fanático político se pierde entre algunos pocos, un lugar donde proyectarme, donde tener una familia, donde amoblar mi casa, un lugar para encontrar mi paz mental”.
Los ahorros se fueron y se siguen yendo en el pago de papeles y su renovación. Para esta joven pareja las cosas no están encaminadas del todo. “El viaje es contínuo y en él te encuentras ángeles que te echan una mano, moral y económicamente”. Oriana ha tenido suerte, pero sabe que para otros, incluso muy cercanos a ella, el camino no siempre se muestra libre de obstáculos: “Mi prima es licenciada en comercio exterior y llegó hace meses a Perú, está trabajando como mesera en un café francés. Mi esposo pasó tres meses sin conseguir trabajo. Lima es una ciudad que se mueve gracias al boca a boca, sin una recomendación laboral es difícil que te contraten”.
Estar lejos es muy duro cuando sabes lo que dejas atrás: “A mi sobrino, que vive en Caracas, le tuvieron que poner pañales para adulto ajustados con tirro. Es inevitable que te sientas culpable por tener cosas que ellos no tienen allá. Mi mamá añora un cafecito dulce y a mi hermana la han robado más de 4 veces en 1 año. Extraño La Vega, Caurimare, La Sabana, el queso de mano, a mi familia”.
Perú, sus paisajes y su gastronomía hacen que enamorarse de esta nueva tierra no sea complicado, sin embargo nunca es lo mismo: “Te sientes que vives en casa de una prima lejana, pero no terminas de estar en tu casa”, sentencia entre recuerdos y añoranzas.
Todos sueñan con volver, es el común denominador. La estadía es temporal, sin embargo echar raíces y adoptar culturas es inevitable. Estas son solo poquísimas historias de hijos que se vieron prácticamente botados por su patria.
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